Los transeúntes argentinos que pasaban a eso de las nueve de la noche por el Obelisco de Buenos Aires poco entendían porqué cientos de chilenos no paraban de gritar a los pies del punto neurálgico de la capital argentina. Y si a eso le sumaban que el ambiente rápidamente se llenaba de fuegos artificiales y banderas flameando, la incertidumbre era mayor.