- Sacerdote y columnista. Twitter: @hugotagle
Se volvió a instalar en la agenda pública el tema de la eutanasia, vale decir, “el acto voluntario e intencional para provocar la muerte de una persona que padece una enfermedad incurable y así evitar que sufra”. Buena oportunidad para, justamente, recordar el inviolable valor de la vida, que ésta se defiende desde su concepción hasta su ocaso natural. En efecto, quiero aprovechar estas líneas para invitar a renovar el amor a la vida y combatir más decididamente lo que el papa Francisco ha llamado la «cultura del descarte», donde la eutanasia es una clara muestra de ello.
La eutanasia es un recurso egoísta, que busca desentenderse de los más débiles. Seamos honestos: en el fondo, los enfermos terminales, los ancianos, los niños con problemas de salud graves, nos estorban, nos quitan tiempo, no sabemos cómo tratarlos. Gracias a iniciativas como la Teletón, se nos ha recordado que tenemos una responsabilidad con quienes no son autovalentes y requieren de ayuda para salir adelante. La vida no es sólo para los que están sanos, jóvenes, independientes. Los enfermos y ancianos nos recuerdan nuestra fragilidad y nos mueven a ser solidarios.
El grado de civilidad de una sociedad se demuestra en el cuidado de sus ancianos, enfermos postrados y niños. Es fácil hacer creer a quienes sufren dolencias o que no se pueden valer por sí mismos, que sobran, que estorban. Su grado de fragilidad los hace muy sensibles a esas insinuaciones. Basta una palabra para inducirlos a que firmen cualquier papel que implique terminar con su vida. Antes que moverlos a “desaparecer”, la invitación debe ser a aferrarse a la vida; hacerles sentir que son útiles, necesarios, ¡que los amamos! Así como son, con sus taras, limitaciones y enfermedades. Los adelantos médicos permiten palear muchas enfermedades y regalar una vida digna a quienes sufren largas enfermedades. La propuesta de una ley de eutanasia revela egoísmo, desprecio por los más débiles. Mejor no recordar los oscuros regímenes que se deshacían de los «imperfectos».
Sí hay que cuidar en no caer en un ensañamiento terapéutico. La Congregación para la Doctrina de la Fe, en «Iura et Bona» de 1980, nos dice: «Ante la inminencia de una muerte inevitable, a pesar de los medios empleados, es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir, sin embargo, las curas normales debidas al enfermo en casos similares». Esfuerzos sobrehumanos para mantenerse en la vida “a toda costa” no son dignos. Hay que asumir los límites de la medicina. Y en relación a los “dolores insoportables” que los defensores de la eutanasia esgrimen como razón para aplicarla, la verdad, la medicina sí ha sabido combatirlos exitosamente.
Antes que andar predicando la muerte, apoyemos la vida, seamos generosos con quienes viven una enfermedad terminal, pasan grandes dolores. Invirtamos más en ellos, recursos y tiempo, de manera que se sientan queridos, valorados, dignificados.
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