- Comunicador multifacético, experto en marketing y redes sociales y emprendedor por naturaleza.
Hay una palabra portuguesa que no tiene traducción exacta en español. La palabra es saudade. Saudade es una especie de melancolía de algo que no podemos cambiar, de algo amado en el pasado, una especie de revindicación del deseo cuando ya no da. La saudade es crepuscular. Es naranja como las tardes. Es la nostalgia de lo que no fue. Hay una canción de Divididos que podría caer en la categoría, que se llama spaguetti del rock y dice: “Pantalla de la muerte y de la canción, proyectos de un nuevo spaghetti del rock. Ciclope de cristal, devora ambición, vomita modelos de ficción”. Luego sigue: “Y comprender el barrilete de esta tempestad, de ayer no es hoy, que hoy es hoy, que no soy actor de lo que fui”.
Cuando vi lo de Bolsonaro, que no fue ninguna sorpresa, sentí saudade. Cuando vi el streaming de Errejón en Santiago de Chile, invitado por el Frente Amplio, también. En especial cuando un tipo con el look de un surfista se le emocionaba. Ése es el cuadro. Al final, ése es el gran problema de la izquierda hoy. Es un mundo blandito, lleno de diagnóstico, pero con poca acción y por tanto qué decir del plan. Los del otro lado, por horripilante que sea, ofrecen una. Y hay mucha gente dispuesta a tomarla, porque como el voto anti PT en Brasil, hay decepción. Decepción que incluso permite ignorar las animaladas que se puedan plantear, pensando como consuelo que “son sólo palabras”.
No estoy de acuerdo en lo personal para nada de lo que ofrecen, pero algo quieren accionar.
Lo que me da saudade, es que tengo la impresión que hubo una solución o un planteo un tiempo por parte del otro lado. Yo vi un plan. Y vi un mundo más grande. Y buenas intenciones, y gente que realmente quería aportar. Y la verdad es que la ambición y el ruido terminan pasando por arriba de todo. El espectáculo (que me ha tocado entender muy bien en la vida) no tiene por que ser parte de toda conversación. No podemos hacer ficción de nosotros mismos ni de las necesidades de los otros para elevar el tono. No pues. Había que trabajar, había que conocer a la gente y sus necesidades. Había que entender por qué iban a esas nuevas iglesias de barrio. Había que dejar de despreciarlos. Había que hacer tantas, pero tantas cosas.
Pero no se hicieron. ¿Qué se puede hacer ahora?
Bueno, en primer lugar, probablemente hay un desafío para los mundos progresistas de dejar de enriquecer a parientes, amigos y clubes. Una tendencia de entregar fondos y premios a los que se parecen a ellos y democratizar los espacios y los mecanismos en post de algo nuevo.
También hay una necesidad de enseñar a que los grupos que han recibido más instruccion dejen de ariscar la nariz y discriminar a los que no piensan ni se parecen a ellos. A los que tienen otros intereses y otras formaciones. Para que deje de parecer que hay “enemigos del pueblo”, como dice Trump.
Y, finalmente, esperar y preparar un plan en la próxima oleada. Porque lo que sí es cierto, es que la historia se traduce en ciclos y que tal vez luego de lo oscuro, venga la luz. Y se acabe la saudade.
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