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Fui a ver La La Land, potencial ganadora del Oscar, a mi pesar. Me encantó The Arrival, una cinta sobre el contacto extraterrestre. Sobre desconocer al otro y tratar de entablar una conversación. The Arrival es un día nublado donde llega una nave enorme y plantea que harían los gobiernos del mundo. Hoy muestran a los chinos intentando atacar y ahí es donde quedan offside: quizás en el contexto de época, los primeros serían los americanos y luego los rusos. The Arrival es una película que no contaba con que la amenaza más grande sería el gobierno americano mismo, con peluca y piel naranja. El verdadero arribo es el de un sicótico, un extraterrestre, sólo se queda quieto.
Al otro lado esta La La Land. La La Land es hermosa y sin límite. Es un deseo gigante de espectáculo. Es la historia de dos seres que intentan tener una relación, que aprenden juntos y se apoyan, pero en un momento enfrentan el dilema máximo del amor: el tomar al otro. El volver objeto eso. Y poseerlo más que sentir. El truco sucio de La La Land que la vuelve una película insoportablemente cruel es ponerse en el escenario de el amor o el éxito. En que se supone (y quizás es cierto) que el acto de amor más grande es que el otro logre sus objetivos en los códigos de la insoportable competencia que vivimos en el día a día.
El mensaje es que el acto de amor más grande es la libertad del otro. El amor es químico y al final de todo, eso dice la película, en el reencuentro existe. Pero ¿no es injusto no poder amar y disfrutar de ese éxito?
En La La Land hay un reality sobre el tormento secreto de Hollywood y de toda industria de entretenimiento: los sueños, las fiestas, el simulacro eterno. Todos quieren hacer algo en Hollywood y funciona muchas veces de anverso a lo que pasa en la industria de medios chilena: aquí correr riesgo es mal mirado. Es muy criticable hacer algo. Te expone a la primera lìnea. Chile, en ese sentido, al ser un gran iceberg neoliberoloco (porque acá no hay liberales per se: hay algunos neoliberolocos), básicamente instala la lógica de criticar el hacer si no es en vínculo con un gran poder. Es muy criticable el hacer algo, porque si uno no hace nada es parte de una mayoría silenciosa que ve y opina. Destruye. Instala un miedo. Por eso el monstruo de Viña es monstruo y devora. Y se instalan apuestas sobre que va a pasar cuando crucen los artistas su hora de la verdad. Si esos artistas no hiciesen nada, se ahorran el mal rato.
Eso es lo contrario a Hollywood, donde el problema es la cantidad de personas que quieren hacer algo y, a la vez, que siempre habrá poco espacio para contarlo. Pocas hojas frente a las publicidades y al tiempo de los periodistas. Por acá, el tiempo sobra muchas veces. Y por eso las notas de internet te cuentan “la reacción de los lectores”. Ya ni para googlear hay tiempo.
La La Land en su contexto es una obra sucia, pero bella a la vez. Por eso califica para ir a verla. Te pueden gustar los musicales, te puede gustar su música. Podemos debatir de la temática.
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