Tiros a quemarropa contra un inerme prisionero catapultaron, hace cincuenta años, el mito de Ernesto ‘Che’ Guevara así como su leyenda urbana: la maldición que pesa contra quienes estuvieron involucrados en su muerte.
Algunas de las personas que estuvieron involucradas en la detención del guerrillero argentino, desaparecido a los 39 años, han tenido un final trágico.
A dos años del asesinato del «Che» en una escuela de La Higuera (sudeste boliviano), en el apogeo de su popularidad, el general René Barrientos, presidente de Bolivia y jefe de las Fuerzas Armadas en tiempos de la guerrilla, murió calcinado en un oscuro accidente de aviación.
En 1968 dos pistoleros asesinaron en una calle de París al general Joaquín Zenteno, comandante de la unidad ‘Rangers’ que capturó al «Che». Y tres años más tarde el jefe de inteligencia Roberto Quintanilla fue abatido en su despacho del consulado en Hamburgo por la alemana Mónica Ertl, quien luchó junto a Ernesto en la jungla boliviana.
El ‘general del pueblo’, como gustaba que lo llamasen, ordenó supuestamente la ejecución de Guevara por instrucciones de la CIA estadounidense.
Su sucesor en la presidencia, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de esa época, general Alfredo Ovando, murió quince años más tarde aquejado de una enfermedad, pero tuvo que soportar antes la muerte de su hijo mayor en un accidente de aviación.
El jefe de Estado Mayor de entonces, general Juan José Torres (presidente populista entre 1970 y 1971), encontró la muerte en Buenos Aires a manos presumiblemente de un grupo paramilitar en tiempos del dictador argentino Jorge Videla.
En 1968 dos pistoleros asesinaron en una calle de París al general Joaquín Zenteno, comandante de la unidad ‘Rangers’ que capturó al «Che». Y tres años más tarde el jefe de inteligencia Roberto Quintanilla fue abatido en su despacho del consulado en Hamburgo por la alemana Mónica Ertl, quien luchó junto a Ernesto en la jungla boliviana.
El comandante de la patrulla que capturó al «Che», capitán Gary Prado, fue herido en 1981 por un disparo casual de un compañero que lo postró de por vida en una silla de ruedas.
La maldición del «Che» alcanzó también a otros personajes como el coronel Andrés Selich, asesinado en 1973 tras ser sospechoso de conspirar contra el dictador Hugo Banzer o el entonces ministro del Interior, Antonio Arguedas -quien envió a Fidel Castro las manos mutiladas y el diario del Che en 1967-, que murió en 2000 al estallar accidentalmente una bomba que manipulaba.
Milagros de un ateo confeso
En el caso contrario, junto a la maldición del Che, en un país como Bolivia, fuertemente apegado a la fe y a los milagros de los muertos, el guerrillero, un ateo confeso, ha sido elevado a los altares como un santo milagrero.
Sin duda, ha contribuido al mito del Che milagrero la apariencia de ‘Cristo muerto’, de la pintura de Andrea Mantegna (1506), con que el legendario Ernesto Guevara fue fotografiado exánime en la lavandería del hospital de Vallegrande donde su cadáver fue exhibido por los militares bolivianos poco después de su ejecución.
En la foto de su cadáver, su rostro impresiona: con los ojos y labios entreabiertos.
comenzaron a santificar al ‘Che’ por este motivo, pues el 9 de octubre habían comprobado que sus ojos se encontraban 100% cerrados y al día siguiente 100% abiertos, con una mirada serena y tranquila», escribió el médico y periodista Reginaldo Ustariz
Los lugareños «comenzaron a santificar al ‘Che’ por este motivo, pues el 9 de octubre habían comprobado que sus ojos se encontraban 100% cerrados y al día siguiente 100% abiertos, con una mirada serena y tranquila», escribió el médico y periodista Reginaldo Ustariz en su libro «El combate del Churo y el asesinato del Che».
De esta manera, afirma Ustariz, quien estuvo en el teatro de operaciones en 1967, nació el mito de San Ernesto de La Higuera. En el mismo lugar en que fue asesinado Guevara fue erigido un busto devenido en lugar de peregrinaje, mayormente de turistas, y algunos campesinos que lo veneran como «San Ernesto de La Higuera».
Según relatan pobladores, el ícono de la izquierda latinoamericana ha obrado algunos milagros menores como el haber facilitado que una campesina pueda llegar a tiempo a ver a sus hijos hospitalizados sólo porque ella había invocado el alma del Che, o que no haya faltado comida en una familia.
En Vallegrande y La Higuera se tejen innumerables historias de la época adornadas con semiverdades.