A Nicolás Zepeda, chileno condenado a 28 años de cárcel por la muerte de su expareja Narumi Kurosaki, le gustaba el animé, la música electrónica y la escritura. Así quedó registrado en el blog The Pince´s Last Words (Las últimas palabras del príncipe), que publicó entre los años 2006 y 2009.
En uno de sus textos destaca el cuento “Llamada”, donde narra el contacto que intenta realizar con una expareja, de nombre Nicole, quien ya está con un nuevo novio, Eric. Quizás, una suerte de predicción a lo que viviría diez años después con su exnovia japonesa Narumi Kurosaki y su pololo francés Arthur del Piccolo.
“No sé si me alegró saber que sigues con Eric”, se lee en el primer párrafo.
“Querida Nicole: Ayer, después de tanto tiempo sin hablarnos, te llame a tu casa en Los Angeles (sic). Estaba nervioso. No sabía bien que decirte (...) No sé si me alegró saber que sigues con Eric. Supongo que si. A pesar de que no lo conozco, le tengo simpatía”.
Al leer el escrito, publicado en noviembre del año 2007, es inevitable compararlo con los dramáticos acontecimientos protagonizados por el chileno, acusado de asesinar y ocultar el cuerpo de su exnovia, a quien también buscó para “conversar” sobre la ruptura de la relación. Y esta, no sería la única coincidencia.
“Traté de hablarle a tu contestador con una voz cálida: Hola Nicole. Soy Daniel. Es Domingo, son las cuatro de la tarde, te estoy llamando desde mi casa en Santiago de Chile. Conseguí tu telefono en información. Espero que no te moleste esta llamada. Te llamo porque voy a ir a Los Angeles en dos semanas y me encantaría verte”, recordando el viaje que realizó Zepeda a Francia para encontrarse con Narumi.
“No dudo que habrás notado mis nervios, mi inseguridad. Odiaría que hayas pensado: Otra vez el pesado de Daniel entrometiéndose en mi vida, para luego escribir sobre mi. Te llamé simplemente porque te extraño. Y no me atrevo a decirte que nunca más escribiré sobre ti (...) Es una manera de decirte que, aunque no me llames y no me hables más, siempre te voy a querer”.
El plagio
Sin embargo, a pesar de las grandes coincidencias, lo que también llamó la atención fue que varios de sus párrafos son copias de un cuento escrito por el periodista peruano Jaime Bayly “Los amigos que perdí”, y quedó evidenciado en dos de los tres comentarios que recibió el escrito en el blog.
“Tú estabas decepcionada de un pintor muy guapo, profesor de la Universidad, que prometió llamarte y no cumplió. Ya te habías desencantado de Brian”, se lee en el texto de Bayly.
“Tú estabas decepcionada de un pintor muy guapo, profesor de la universidad, que prometió llamarte y no cumplió. Ya te habias desencantado de Vicent”. se lee en el texto de Zepeda.
“Llamada” (Nicolás Zepeda)
“Querida Nicole: Ayer, después de tanto tiempo sin hablarnos, te llame a tu casa en Los Angeles. Estaba nervioso. No sabía bien que decirte. Pensé: ojalá me conteste la maquina. Así fue. Escuché tu voz, tu perfecto ingles: Hi this is 642-5121, if you want to leave a message either for Nicole or Eric, please speak after the tone.
No sé si me alegró saber que sigues con Eric. Supongo que si. A pesar de que no lo conozco, le tengo simpatía. En realidad, lo vi una vez, hace años, en Austin, una mañana en que tú y yo caminábamos felices y un chico más bien bajito, de pelo castaño, te pasó la voz y te saludó desde lejos, con una cierta (encantadora) timidez, como respetando nuestra complicidad, y tú le sonreiste y le dijiste algo de paso, y creo quedaron en verse pronto.
Tú estabas decepcionada de un pintor muy guapo, profesor de la universidad, que prometió llamarte y no cumplió. Ya te habias desencantado de Vicent. Estabas sola. Necesitabas un hombre, la ilusión del amor. No sospeché siquiera vagamente que ese chico tímido, cuyo rostro no alcanzo a recordar, se convertiría en tu hombre.
Es bueno saber que siguen juntos. Por la mañana suave y distant como te saludó, me quedé con un bonito recuerdo de Eric. Traté de hablarle a tu contestador con una voz cálida: Hola Nicole. Soy Daniel. Es Domingo, son las cuatro de la tarde, te estoy llamando desde mi casa en Santiago de Chile. Conseguí tu telefono en información. Espero que no te moleste esta llamada. Te llamo porque voy a ir a Los Angeles en dos semanas y me encantaría verte. Si te provoca que nos veamos, llámame a mi casa al 5602 273 5476. Me encantaría saber de ti. Si no, te mando un abrazo, espero que estés muy bien, te recuerdo siempre con mucho cariño. Chau, chau. Me sentí bien de haberte llamado.
No dudo que habrás notado mis nervios, mi inseguridad. Odiaría que hayas pensado: Otra vez el pesado de Daniel entrometiéndose en mi vida, para luego escribir sobre mi. Te llamé simplemente porque te extraño. Y no me atrevo a decirte que nunca más escribiré sobre ti. Quizás siempre escriba un poquito de ti, sobre ti, pensando en ti. Es lo que estoy haciendo ahora. Es una manera de decirte que, aunque no me llames y no me hables más, siempre te voy a querer.
Esta mañana me levante a las diez -tú sabes que soy un dormilón y que adoro levantarme tarde y sin prisa-, bajé a la cocina y vi apenado que el teléfono no había grabado ningún mensaje. Todavía no me has llamado. Sé que no me llamarás. Por eso me he sentado a escribirte esta carta.
Recuerdo bien la ultima vez que nos vimos. Fue aquí en Santiago, hace ya un par de años. Pasé pro el departamento de tu madre, a pocas cuadras del hotel donde estaba alojado y, muerto de miedo como te imaginarás, porque no quería cruzarme con tu madre, que debe estar furiosa conmigo por los libros que he publicado, toqué el timbre y, al oir la voz amable de la empleada, me animé a preguntar por Belen, tu hermana, que no sabía si seguía en LA o había vuelto a Santiago”.
Los amigos que perdí (Jaime Bayly)
“Tú estabas decepcionada de un pintor muy guapo, profesor de la Universidad, que prometió llamarte y no cumplió. Ya te habías desencantado de Brian. Estabas sola. Necesitabas un hombre, la ilusión del amor.
No sospeché siquiera vagamente que ese chico tímido, cuyo rostro no alcanzo a recordar, se convertiría en tu hombre. Es bueno saber que siguen juntos. Por la manera suave y distante como te saludó, me quedé con un bonito recuerdo de Eric. Traté de hablarle a tu contestador con una voz cálida: Hola, Melanie. Soy Manuel.
Es domingo, son las cuatro de la tarde, te estoy llamando desde mi casa en Miami. Conseguí tu teléfono en información. Espero que no te moleste esta llamada. Te llamo porque voy a ir a Nueva York en dos semanas y me encantaría verte.
Si te provoca que nos veamos, llámame a mi casa al 305 361 4020. Me encantaría saber de ti. Si no, te mando un abrazo, espero que estés muy bien, te recuerdo siempre con mucho cariño. Chau, chau.
Me sentí bien de haberte llamado. No dudo que habrás notado mis nervios, mi inseguridad. Odiaría que hayas pensado: otra vez el pesado de Manuel entrometiéndose en mi vida, para luego escribir sobre mí. Te llamé simplemente porque te extraño. Y no me atrevo a decirte que nunca más escribiré sobre ti. Quizás siempre escriba un poquito de ti, sobre ti, pensando en ti. Es lo que estoy haciendo ahora.
Es una manera de decirte que, aunque no me llames y no me hables más, siempre te voy a querer. Esta mañana me levanté a las diez –tú sabes que soy un dormilón y que adoro levantarme tarde y sin prisa-, bajé a la cocina y vi apenado que el teléfono no había grabado ningún mensaje. Todavía no me has llamado. Sé que no me llamarás. Por eso me he sentado a escribirte esta carta. Recuerdo bien la última vez que nos vimos. Fue en Lima, hace ya un par de años. Pasé por el departamento de tu madre en el malecón, a pocas cuadras del hotel donde estaba alojado, y, muerto de miedo, como te imaginarás, porque no quería cruzarme con tu madre, que debe estar furiosa conmigo por los libros que he publicado, toqué el timbre, y al oír la voz amable de la empleada, me animé a preguntar por Laura, tu hermana, que no sabía si seguía en Nueva York o había regresado a Lima. "