* Directora académica de Belén Educa
A pocas semanas de que la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) celebre el Día Mundial de la Alimentación para concientizar a la población mundial sobre el problema de escasez y hambre, el Observatorio Elige Vivir Sano da a conocer paradójicamente un estudio que revela que Chile está en el segundo lugar de los países más obesos de la Ocde con una población de 34%.
Las cifras posicionan a nuestro país en un ranking aún más triste si miramos la población infantil. Según el Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (Inta), nuestros niños son los que tienen mayor sobrepeso y obesidad de América Latina, con un total de 51%, además, advierten que llegaremos a un 70% si no generamos cambios profundos.
Si bien ya hay mejoras en políticas públicas de salud preventiva, como la Ley de Etiquetado y programas como Elige Vivir Sano, es necesario seguir insistiendo en mejoras integrales que impacten la cultura alimentaria y deportiva de los niños, niñas y jóvenes, por medio de la creación de entornos comunitarios saludables, pues está comprobado que para lograr cambios a largo plazo se deben dar condiciones que permitan el acceso a dietas saludables.
No sacamos nada con esforzarnos para que los estudiantes tengan más horas de educación física o exigir duras normativas para restringir la venta de alimentos poco saludables dentro de los colegios, si la ordenanza municipal permite la ubicación de kioscos que venden comida chatarra fuera de los establecimientos, o si enviar una colación saludable es más costoso que comprar productos altos en azúcares, como galletas o chocolates.
Lo cierto es que estamos en medio de una epidemia silenciosa que seguirá creciendo, pues la evidencia muestra que los niños obesos tienden a seguir siendo obesos en la edad adulta y tienen más probabilidades de padecer enfermedades como diabetes o problemas cardiovasculares. Cabe preguntarse entonces, ¿qué haremos para frenar esta situación?
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