- Sacerdote y columnista. Twitter: @hugotagle
El próximo 13 de marzo, el papa Francisco cumple cinco años de papado. Quien partió al cónclave de cardenales con la carta de renuncia en la mano, resultó siendo elegido e imprimiendo a la Iglesia un aire nuevo, que la marcará por decenios. Me recuerda al papa Juan XXIII, al convocar al Concilio Vaticano II en los años 60. Él utilizó una frase que le sienta bien a Francisco: “Quiero abrir ampliamente las ventanas de la Iglesia, con la finalidad de que podamos ver lo que pasa al exterior, y que el mundo pueda ver lo que pasa al interior de la Iglesia». Años después, el papa Francisco ha hecho realidad esa frase profética y ha reanimado a la Iglesia a un nuevo diálogo con el mundo, a un mejor y más eficiente servicio a la humanidad, en un renovado ímpetu apostólico.
Se han hecho célebres expresiones que han marcado su camino pastoral: Una «Iglesia de pobres y para los pobres», «una cultura del encuentro”, una Iglesia que sirve en las “periferias”. Una lucha contra la “cultura del descarte”.
Un Papa que no ha temido la crítica, mucha de ella torcida y cobarde: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a su propia seguridad”. ¡Benditas «herejías» las del papa Francisco, que tanto bien le han hecho a la Iglesia! Las obtusas críticas a su pontificado no han hecho más que demostrar que es la persona precisa, en el lugar preciso, en el momento preciso.
Rescato algunos puntos importantes. Su opción por la «Iglesia en salida». Ha privilegiado en sus visitas apostólicas los lugares más extremos, las comunidades católicas más desamparadas y perseguidas. Ha puesto luz en una parte de la Iglesia que el resto no veíamos o no queríamos ver. Muy significativo que en casi todos sus viajes visite la cárcel. Lo hizo en Chile. Pudiendo «aprovechar el tiempo» en otras visitas, lo hace ahí; comparte con quienes no le darán nada. «Pierde” el tiempo con los presos. Un signo evangélico, que provoca y desafía.
Pasará a la historia como el Papa de profundas reformas. Pero ha insistido también en que la reforma verdadera es cuestión de cambiar corazones y acoger una vida de servicio. A los más pobres, a los ancianos, a los que están solos, a los refugiados y migrantes. La Iglesia debe estar en medio de esa inmensa masa de la humanidad que se ha quedado al borde del progreso.
Ha insistido en el camino de la evangelización. “Evangelizar presupone un deseo en la Iglesia de salirse de sí misma”, le dijo a los cardenales sólo unos días antes del cónclave que lo eligió. “La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir a las periferias, no sólo geográficamente, sino también a las periferias existenciales: el misterio del pecado, del dolor, de la injusticia, de la ignorancia y la indiferencia a la religión, de las corrientes intelectuales y de toda miseria”.
Y todo ello, bajo el signo de la misericordia. Ha vivido su lema papal: «Lo miró con misericordia y lo eligió». ¡Gracias, Santo Padre! ¡Que Dios lo siga bendiciendo!
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