Desde sus infidelidades hasta su desregulación de Wall Street, el legado de Bill Clinton se ha convertido en un tema central en la carrera a la Casa Blanca, y Hillary empezó esta semana a definir sus planes para su esposo, empeñada en convertir en un activo lo que muchos ven como un lastre.
«Ya le he dicho a mi marido que, si tengo la suerte de ser presidenta y de que él sea el primer ‘caballero’, esperaré que se ponga a trabajar para que suban los sueldos», dijo Clinton en un acto de campaña el pasado lunes en Kentucky.
La favorita en las primarias demócratas precisó que la tarea de su esposo será «revitalizar la economía» centrándose en las áreas más deprimidas del país, dado que gobernó durante el periodo más largo de crecimiento económico en la historia de Estados Unidos.
Aunque ella ha aclarado que Bill Clinton no formaría parte de su gabinete, no está claro cómo encajaría el ex presidente en el esquema económico tradicional del Gobierno estadounidense, que incluye el Departamento del Tesoro y el Consejo de Asesores Económicos.
«Este nombramiento como ‘zar económico’ podría ciertamente complicar la relación de la Casa Blanca con las agencias y funcionarios del gabinete encargados de la economía», dijo a Efe Anita McBride, que fue jefa de gabinete de Laura Bush y estudia el legado de las primeras damas para la American University.
Encargar al cónyuge del presidente un papel clave en un área política destacada conlleva riesgos, según Christopher Arterton, profesor de gestión política en la Universidad de George Washington.
«Cuando Bill Clinton fue elegido y puso a Hillary a cargo de su plan sanitario, hubo todo tipo de críticas, la gente preguntaba ‘quién la había elegido'», recordó Arterton a Efe.
«Algunas (críticas) eran hipócritas, porque el presidente puede apoyarse en muchos asesores que no son elegidos en las urnas. Pero algo había de verdad en esa sensación de que el cónyuge del presidente no es lo mismo que un asesor normal», añadió.
Si ese cónyuge es además un expresidente, y uno tan ambicioso como Bill Clinton, la situación puede volverse aún más incómoda para el resto de asesores.
El columnista del «Washington Post» Paul Waldman lo resume así: «Uno puede imaginárselo llamando al secretario del Tesoro o el presidente del Consejo de Asesores Económicos a cualquier hora del día o la noche» para compartir sus ideas.
«Tendrían que responder la llamada y tendrían que tomarle en serio, porque la presidenta le escucha. Una vez que empiece a defender una medida en particular, todo el mundo lo sabrá, y eso le dará peso en las deliberaciones del gobierno», escribió Waldman.
Para Arterton, sin embargo, Hillary Clinton no puede tener a un expresidente en el Ala Este de la Casa Blanca y no darle «una serie de responsabilidades claramente definidas».
«Creo que dentro del área limitada (de la economía), los miembros de la Administración darán por supuesto que Bill habla en nombre de la presidenta, así que no espero que haya más conflicto» del que normalmente surge entre la Casa Blanca y otras agencias, opinó.
Pero hay otro potencial problema en el cometido de Bill: los retos económicos de Estados Unidos son ahora muy distintos que en la década de 1990, y los votantes demócratas rechazan dos principios claves de su Presidencia: el impulso al libre comercio y las medidas de desregulación de Wall Street.
Trump ha tomado nota de ello y este martes lanzó una pregunta a sus seguidores en Twitter: «¿cómo puede la deshonesta Hillary poner a su esposo a cargo de la economía cuando fue responsable de Nafta (siglas en inglés del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, Tlcan), el peor acuerdo económico en la historia de EEUU?».
Bill Clinton también puede presentarle problemas a su esposa en otros ámbitos: parte de la estrategia de Trump de cara a noviembre consiste en criticar el carácter de Hillary, y en particular su reacción ante las infidelidades de su esposo.
Y al más puro estilo de Trump, nada está vedado en esa cacería: esta semana tachó al expresidente de «violador» en alusión a la acusación de Juanita Broaddrick de que Clinton la violó en 1978, algo que este ha negado desde que surgió la denuncia en 1999.
Según Arterton, no obstante, «la mayoría de los votantes» prefieren no darle más vueltas a «la libido de Bill», y en general, el carismático expresidente aporta más elementos «positivos que negativos» a la campaña de Hillary.
Lo que está claro es que la sombra de la Presidencia de Bill Clinton será decisiva en las elecciones de noviembre y que, si el ex presidente vuelve a la Casa Blanca, le costará mantenerse lejos del Despacho Oval.
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