La discusión de esta semana nos volvió a remitir al debate permanente de Chile. A la herida abierta que arrastramos. Al factor que desencadena frustración y rabia. Al hecho que hará que NO saltemos nunca al desarrollo. Al que nos categoriza en ciudadanos de primera, segunda y hasta tercera clase. La desigualdad.
Ahora no hablamos de educación, salud o salarios. No hablamos de vivienda y transporte. Tampoco de comunas de origen. Hablamos de la justicia y las leyes.
El control preventivo de identidad mostrará la diferencia del que circula por La Dehesa al que circula por San Bernardo. Y con esto no quiero estigmatizar a ninguna de las dos, sólo me hago cargo de las cifras sobre calidad de vida. Hoy Carabineros ya puede controlar la identidad de una persona si presume que ha participado, tiene información o podría participar en un delito. Sin embargo, nunca he visto un parte policial donde se haya controlado a los gerentes o dueños de dos compañías rivales, que conversen en un café o en una esquina, porque se sospeche un intento de colusión… ¿o sí? Lo que pasa es que el control preventivo será para algunos, no para todos.
Esta diferencia ante la Justicia y las leyes de los delitos comunes con los llamados de «cuello y corbata», ¿no se va a reproducir en este tipo de controles?
He escuchado y leído hasta el cansancio del que «nada hace… nada teme». Pero Chile es el país del que «nada hace… tiene que temer». El que nace en ciertas zonas del país, tiene prácticamente asegurada una mala educación, mal trabajo, mala remuneración, mala salud y mal transporte. Cero áreas verdes y poco mobiliario urbano.
No hace falta nada más que nacer del lado equivocado de la ciudad para que las expectativas sobre ese niño o niña sean diametralmente opuestas. Pueden buscar un estudio hecho por el centro de microdatos de la Universidad de Chile, que siguió a distintos niños desde su nacimiento hasta los 9 años, que demostró que los chiquillos de comunas vulnerables a los tres años tenían menos vocabulario y a los 6 ya tenían una diferencia tal que podía adivinarse su rendimiento escolar.
El control de identidad preventivo se transformará en otro eslabón más de la desigualdad. ¿Cómo es posible que senadores -que votaron a favor este proyecto- busquen proteger la presunción de inocencia (de muchos de sus colegas) y al mismo tiempo aprueben un control que presume nuestra culpabilidad? ¿Defendemos entonces la presunción de inocencia o la presunción de culpabilidad? ¿Lo entienden ustedes? Porque yo no lo entiendo.
Lo que resulta más curioso, es que este artículo lo promueve el propio Gobierno. Un gobierno que persigue -de acuerdo a su programa- equilibrar la cancha, acortar las brechas de desigualdad. Es el mismo gobierno que «advierte» que les cobrará a los padres de los jóvenes que provoquen desmanes la cuenta de los daños.
¿Por qué no transparentamos antes quiénes son estos jóvenes? ¿Por qué ese nivel de violencia? ¿Dónde están sus familias? ¿Qué los lleva a aprovecharse de una marcha o de una celebración para romper lo que encuentran a su paso?
¿No es todo esto vender el sillón? ¿Como el chiste? ¿Con un control preventivo y con buscar que alguien pague la cuenta, se va al fondo de un problema profundo? La vía larga, el estudiar los problemas de fondo, el armar equipos multidisciplinarios y convencer a los que buscan publicidad rápida, no es fácil. Es el camino difícil. Pero es lo único que nos puede ayudar a llegar a soluciones más concretas y efectivas.
Lamentablemente en el control preventivo de identidad operó la desigualdad… otra vez.
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