Lo que voy a escribir es un poco new age (cuestión que me carga, me daría miedo ser Paulo Coelho y un día darme cuenta que vendo amor propio al que no lo tiene), pero tiene que ver con algunas cosas que les he escuchado a mis amigos y algunos consejos que me ha tocado entregar.
Estoy seguro de que a mucha gente le pasa, en especial a la que enfrenta el mundo laboral todos los días lo que sigue y tiene vínculo con los famosos “recuerdos de Facebook”: una app que acosa al usuario para enrostrarle los momentos con más likes en el pasado que no son necesariamente los de más likes en el presente, por irónico que parezca.
En general la gente siempre piensa que el pasado fue mejor. Básicamente porque cuando uno es adulto tiene una serie de responsabilidades que van desde pagar las cuentas (gimnasia bancaria a cambio de divertirse y salir del trabajo a hacer algo que a uno le guste, ya sea comer o jugar videojuegos) hasta el manejo de problemas amorosos.
Cuando uno es niño no tiene ninguno de esos problemas. Por tanto, si es por evaluar agobio como “lo peor” y tranquilidad como “lo mejor” evidentemente el pasado cumple la característica de ser más cómodo.
Pero pasa algo: cuando éramos niños tampoco nos sentíamos bien en demasía. Es más: carecíamos de muchas de las libertades que tenemos como adultos y las deseábamos. “Qué ganas de tener 18 para manejar”, para algunos era el mantra.
Bueno, cuando cumplimos 18 pensamos en los 12 años y nuestra cabeza filtra cuando teníamos que hacer las tareas y nos odiábamos y odiábamos al mundo entero.
Creo que el problema es que tomamos nuestro trabajo como “nuevos padres” en vez de verlo como lo que es: un lugar donde se nos entrega dinero para poder acceder a cosas que nos deberían dar placer o buenos momentos.
Ninguna de esas cosas es realmente de verdad: las cosas no deberían ser obligatoriamente motivo de felicidad, por tanto el trabajo no debería ser per se placentero. Por un lado. Y por otro es un trabajo. Como es “el tiempo libre” una no obligación para ir a reventarse a un bar o una fiesta o hacer lo que la jodida gana nos dé.
Pensamos que debemos cumplir ritos para ser parte de una sociedad que está formada para que esos alimenten una estructura, que puede obedecer a capitales, o a la supervivencia de la especie humana (reproducción).
Por lo tanto nosotros, las personas, somos los que nos ponemos las cadenas cuando trabajamos o no trabajamos. Cuando nos angustiamos al tomar decisiones. Cuando no controlamos lo que hacemos. Nosotros somos el problema muchas veces y no sabemos cómo salir porque no nos organizamos de tal forma de liberarnos de las trabas.
Admitamos también que es difícil controlar lo que uno hace. Existe un montón de estímulos químicos que tenemos naturalizados (la azúcar refinada es un excelente ejemplo) o los que buscamos voluntariamente en forma de pastillas o en “ciertos casos” sustancias prohibidas frente a la ley.
Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿qué podemos hacer en el trabajo si no nos gusta?
Bueno, siempre está la opción de renunciar. Pero a veces no se puede renunciar si no se cumplen las responsabilidades con uno o con los otros (sería injusto dejar a un niño sin herramientas para desarrollarse si uno las tuvo) que nos obligan a construir sociedad o supervivencia, dependiendo del cristal con que se mire.
Si no es así, lo mejor es entender qué hace uno y con qué debe cumplir a cabalidad. Hay personas que llegan a los trabajos y piensan que deben hacer algo, pero toman puestos porque faltan y de pronto se vuelven indispensables ahí. Eso es un error para los dos lados: el empleador y el empleado.
Entonces, primera clave: buena comunicación. No joder y pensar que el otro es el enemigo. Si a mí me va mal, siempre al jefe le va mal. Y al revés. Es una cadena de trabajo y generación de recursos. No puede ser todo tampoco “trabajo” sin “política”.
Es muy loco, pero vivimos en una sociedad donde no siempre el mejor empleado es el que se mantiene. Uno necesita la política porque maneja los contextos. Lo que sí hay que ser enemigo, a menos que esa sea su labor definida, de esos seres que sólo hacen política y no trabajan en algo tangible o verificable.
Finalmente hay que empezar a dejar el conducir al trabajo un montón de cosas que no sirven ahí: los amigos en redes sociales, los problemas domésticos, los asuntos más burdos. Hay que aspirar, creo yo, a una forma de trabajar más “profesional”, que tenga que ver con parámetros definidos claros de todos lados. Hay que dejar de generar guarderías y no pegas.
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