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Columna de Raúl Sohr: Acoso sexual, machismo e inmigración

Cientos de denuncias por acoso sexual contra mujeres en Alemania, Suecia, Holanda y Austria salieron a la luz luego del año nuevo. En varios casos, las policías bajaron el perfil de lo ocurrido. Algo que en sí mismo es grave no hubiera pasado a mayores si la mayoría de los abusos no hubiesen sido cometidos por inmigrantes o refugiados  musulmanes. En varios países europeos las policías tienen por norma no revelar el origen étnico de los hechores para evitar tensiones comunitarias.

El machismo y acoso contra las mujeres es un mal de proporciones epidémicas. En Chile, más de la mitad de las mujeres ha sufrido alguna forma de violencia. Una tercera parte ha experimentado violencia sexual así como agresiones físicas. Las cosas son mucho peor en los países árabes donde las mujeres están relegadas de la esfera pública y con gran frecuencia son abusadas en la vida cotidiana. El caso más extremo de la ideología machista es el de los talibanes en Afganistán, donde su fallecido líder espiritual, el mulá Omar, con delirante misogenismo señaló:  “Por su naturaleza la mujer es un ser débil y vulnerable a la tentación (…) Una mujer que deja su casa para ir a trabajar, en forma inevitable tomará contacto con hombres extraños. Y, como lo muestra la experiencia en los países occidentales, éste es el primer paso hacia la prostitución”.

Un estudio realizado por Naciones Unidas en Egipto mostró que 99,3 por ciento de las niñas y mujeres encuestadas habían sufrido al menos una experiencia de acoso sexual. 82,6 de las consultadas decían no sentirse seguras en las calles. La realidad no difiere mucho en otros países de la región. La subvaloración de las mujeres por las autoridades religiosas contribuye de manera decisiva a las agresiones, en las que suelen ser consideradas como sospechosas de haberlas incitado.

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Los ataques  ocurridos en Colonia, entre otras ciudades,  son de una enorme gravedad pero no sorprendentes. Jóvenes inmigrantes provenientes de culturas misóginas,  así como tendrán  que  aprender el idioma del país de acogida, deberán ser educados sobre la igualdad de género y el respeto irrestricto a la dignidad femenina. Esto es un proceso lento y difícil que a menudo choca con  antiguas tradiciones religiosas y sociales. La educación  sobre las relaciones de género debe provenir ante todo de las propias autoridades de las comunidades a las que pertenecen los refugiados e inmigrantes. Es una tarea urgente.

Nada inflama más las pasiones que la presencia de extranjeros que atentan contra las esposas e hijas de la mayoría nacional. Las explosiones de xenofobia en Alemania, Austria, Suecia, Australia y otros países tiene raíces en la indignación, pero, también, en el machismo criollo que asume el derecho de dictar a las mujeres con quienes pueden relacionarse y con quién no.  La armonía de las relaciones con el masivo flujo de inmigrantes en Europa pasa por la capacidad de garantizar la plena libertad e igualdad de género. Algo que, por supuesto, incluye al gran número de mujeres que engrosan las filas de quienes buscan una mejor vida en el viejo continente.

El precedente libio
300 cadetes libios llegaron a Gran Bretaña en el  2014 para recibir entrenamiento militar. Pero una seguidilla de incidentes complicó las cosas. Varios fueron detenidos por acosos violentos a mujeres así como actos de exhibicionismo. El caso más publicitado fue la violación por parte de dos uniformados libios a un hombre en un parque de Cambridge. Las autoridades británicas decidieron terminar en forma anticipada los cursos y repatriar al conjunto de los cadetes.  

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