Andy Zepeda Valdés – Presidente Asociación Hinchas Azules
“Nuestra civilización se desmorona”. Lo escuché el otro día y quedó relampagueando y resonando en las cavidades de mi mente. Acaso hay un dejo de exageración y trazas de pesimismo en el enunciado, pero ni el más optimista podría desmentir los mil y un males que socaban nuestra coexistencia.
Todos los días, de aquí y de allá, llega a nosotros ese apesadumbrado rumor que sugiere que el mundo está cada vez más cerca de irse irremediablemente al carajo. Cuando uno revisa noticieros, diarios o redes sociales, esa es la sensación que se hace indeleble. Cuando no es un episodio bélico en Medio Oriente, es el resurgir de facciones supremacistas en EUA, un tiroteo en una escuela, un naufragio con decenas de posibles refugiados ahogados en el Mediterráneo, o algún informe sobre cómo se vulneran los derechos humanos en centros del Sename, aquí mismo, en Chile. Suma y sigue.
Las clases políticas son indolentes ante las penurias y el sufrimiento del proletariado y el proletariado está demasiado preocupado de sobrevivir como para hacer algo. La mórbida desigualdad social da progreso a algunos y miseria a otros. Así nace la injusticia, de la injusticia nace el crimen y del crimen nace el odio.
Pero esto no es nuevo. Un somero repaso por la Historia y pareciera ser que nuestro mundo viene cayéndose a pedazos desde hace siglos, mas aquí seguimos. ¿Cómo es eso posible? Creo que lo único que ha evitado que termine de desmoronarse son los esfuerzos de hombres y mujeres rebeldes que han comprendido que los actos de decencia, bondad y justicia son lo único capaz de mantener unidos los cimientos de este mundo.
¿Qué tiene que ver todo esto con la U? Tiene mucho que ver, pues la U forma parte de este mundo atribulado y tormentoso. La U (al igual que cualquier club del mundo) puede y debería ser la herramienta con la cual hombres y mujeres, desde la trinchera del fútbol, lleven a cabo sus actos revolucionarios de decencia, bondad y justicia.
Hubo un tiempo en que solía creer que el fútbol era un deporte y, a lo más, un fenómeno cultural. Creía que se trataba de alentar, de estar allí en las buenas y en las malas, de tener fe y optimismo pese a todo. Creía que amar a la U era seguirla a todas partes, cantar noventa minutos y mantener siempre tibio el anhelo de hilar un par de jugadas para ganar y conservar la esperanza de que la Diosa Fortuna nos sonriera y alzáramos otro título. Eso era para mí la U. Ahora miro hacia atrás en el tiempo y no puedo evitar reírme de mi mismo y de cuán pequeña era mi noción de lo que es ser un hincha. Qué simplista y reduccionista. Qué estrecha era mi idea.
Claro, el fútbol no deja de ser todo lo que menciono en el párrafo anterior. El asunto es que, quien crea que es SOLO eso, no está entendiendo en qué mundo está parado ni en qué época le tocó vivir. Ahora entiendo el fútbol como una herramienta social, como una plataforma que te da la oportunidad de reunirte con gente que piensa y siente igual que tú para luchar por los mismos objetivos. Alguien podría argüir que para eso están los partidos políticos. Sí, puede ser, pero los partidos u organizaciones políticas tienen una tendencia a corromper las buenas intenciones con sus dogmas. Por lo demás, los partidos políticos no van a la cancha, no van a las poblaciones, ni movilizan pasiones. Los equipos de fútbol sí tienen ese potencial.
Sin embargo, para que eso ocurra tienen que darse ciertas condiciones. La primera es que los clubes de fútbol (incluyendo dirigentes, funcionarios, jugadores e hinchas) tengan un sentido social. Esto se hace casi imposible cuando los clubes son en realidad empresas del fútbol, como sucede con Azul Azul. Cuando tal es el caso, la lógica mercantil, que siempre diverge de lo social, hace muy difíciles las cosas. Puede darse el caso de que la empresa y sus dueños cedan ante alguna presión social y quieran hacer cosas por la gente y callar así una crítica, pero inevitablemente caen en lo que se conoce como asistencialismo, es decir: dar alguna solución a un problema puntual, una ayuda poca. Cuando el verdadero objetivo de la sociedad anónima es hacer dinero, los proyectos sociales que transforman realidades brillan por su ausencia.
Aquí viene entonces la segunda condición: una hinchada consciente. Debe existir necesariamente un grupo amplio de personas que comprenda las problemáticas de la sociedad en la que se inserta el equipo que ama. Y este grupo debe comprender además que el club es una herramienta, pero mientras no haya manos dispuestas a ponerse en movimiento, esa herramienta permanecerá inerte. Y aquella hinchada debe además entender que, mientras esté en manos de un grupo de personas acomodadas y ajenas a los problemas sociales, la herramienta será inútil. Por eso hay que dar la lucha previa, para poder arrebatarles la herramienta y hacer buen uso de ella. Por eso en la Asociación Hinchas Azules y otras organizaciones amigas no paramos de luchar, pues queremos devolver el Club a sus legítimos dueños: las y los hinchas, para que luego ellas y ellos hagan buen uso de él.
Pero cuán difícil es que ese grupo, la hinchada, logre tomar conciencia de su rol sin que exista previamente un tejido entre los seres humanos que conforman ese grupo. Esa es la tercera condición y en la que estamos fallando: generar esa unión, ese tejido. Somos varios los que nos damos cuenta del problema, pero nos somos tantos los que nos organizamos y damos la pelea. Muchos son capaces de enarbolar un “fuera Heller” o “abajo la S.A.”, cualquiera puede, pero pocos van más allá de eso y sistematizan una lucha con objetivos claros y medios definidos. No estamos en condiciones de darnos el lujo de permanecer impávidos. Hay que entenderlo: la conciencia sin acción es complicidad.
Ahora bien, para poner una cuota de optimismo, hay que señalar que no porque los hinchas de la U no tengamos un club con rol social vamos a quedarnos de brazos cruzados viendo como toda la injusticia y todos los males sociales avanzan. Iniciativas hay muchas, pero solo me detendré a destacar una. Y es que, si de proyectos sociales transformadores emergidos desde las bases populares en el fútbol se trata, Educazul es la piedra angular.
Hace no mucho, el 15 de abril de 2017, nació en la comuna de Pudahuel el proyecto Educazul, de ahí que se le conozca como Educazul Pudahuel. La idea surge en la Asociación Hinchas Azules, pero habría sido imposible de materializar sin el apoyo y el compromiso de hinchas y barristas de Pudahuel y la organización Una Forma de Vida.
Desde sus inicios Educazul se planteó como un proyecto transformador, que generara cambios reales y profundos en la comunidad en que se desarrollase, alejándose del asistencialismo del que peca Azul Azul con iniciativas como “Sueño Azul”, de su Comisión Social. Desde entonces trabajamos con más de 30 niños y niñas, de entre 3 y 16 años, mano a mano con sus padres, madres y dirigentes de la comunidad. Se trabaja lo académico, lo identitario y, lo más importante, lo valórico.
¿Cambios? Lo que más agradecen los padres y madres de esos niños y niñas es hayan mejorado en su rendimiento escolar. Y es que claro, en cada jornada se trabaja por áreas, como Lenguaje, Matemática, Ciencia, Historia e Inglés, atacando dificultades específicas. Los y las más pequeñas realizan actividades propias de los párvulos. Se enseña y se aprende con un enfoque distinto al de la escuela formal. La idea es siempre aprender a través de la cooperación y la construcción social. Además, es de una hermosura no expresable en palabras el poder ver a niños y niñas cuestionar el machismo, la homofobia, la xenofobia o el racismo. Y es aún más bello ver que las propuestas y soluciones emergen de ellos mismos. Apenas estamos comenzando con el proyecto, pero ya se ven cambios a nivel valórico cuya profundidad es insospechada.
Sin embargo, las trasformaciones más significativas tienen que ver con cambios en la comunidad. Lo más esperanzador dice relación con los cambios de actitudes, muestras de afecto y respeto entre pares. Por ejemplo, por decisión propia, no se discrimina a niños y niñas que son hinchas de otros equipos (no se excluye a hinchas del archirrival, por ejemplo). Entonces, la verdadera revolución es a nivel de barrio. Hinchas que antes no sabían en qué ocupar su tiempo para ayudar a su propia gente, ahora lo dedican a un proyecto que se debe a los más chicos. La sede, antiguamente dedicada ampliamente a la juerga de fin de semana, ahora se concibe por todos los residentes como el espacio donde niños y niñas aprenden a ser mejores personas e hinchas. Las vecinas y vecinos, que antes veían a hinchas y barristas con desconfianza, ahora les ven como un aporte y agentes de cambio.
Educazul es tan solo uno de los muchos ejemplos que existen de hinchas que, siendo conscientes del poder que hay en el hecho de amar un escudo y una camiseta, decidieron no quedarse en las consignas e hicieron algo. El objetivo, el sueño, es que algún día esto se pueda hacer con la ayuda del Club, en todo Chile, pero para eso al Club debe importarle estas casas. Por ahora no es así. Les debe parecer una pérdida de tiempo y recursos, pero eso cambiará. Más temprano que tarde los hinchas volveremos a tener poder de decisión en los clubes y no nos preocuparemos solo de quién dirige las divisiones menores o por cuántos años es el contrato con tal o cual auspiciador, sino que también nos ocuparemos de las cosas verdaderamente importantes.
Si es verdad que el mundo se cae a pedazos, también es verdad que el amor por la U es inquebrantable y sus hinchas tienen voluntad de hierro. Si es cierto que nuestra civilización se desmorona, es nuestro deber hacer cuanto podamos para darles una oportunidad a las generaciones que vienen.
De eso se trata ser hincha hoy. No es solo alentar. Se trata de hacer de este un mundo más decente y noble, en nombre de la U y por la memoria de los que estuvieron antes y los sueños de los que estarán después.