En nuestros tiempos, los abusos son parte del menú. La indiferencia está en nuestra forma de relacionarnos y el exitismo ha llegado a ser una paranoia colectiva. Nacemos, crecemos, nos desarrollamos, envejecemos y morimos en tiempos violentos, indecentes, en donde los valores e ideales suenan inmaduros e insulsos. La «realidad» los ha ido consumiendo hasta su extinción, cual depredador voraz.
Isapres, AFP, educación privada y farmacias son un claro ejemplo de lo anterior, de una mano invisible y tétrica que se ha ido apoderando de todo aspecto que nos rodea a los ciudadanos de esta república. Así es como, sin preguntarnos, cambiaron nuestros sistemas de previsión, de salud o los servicios básicos, que antes nos pertenecían y ahora tienen dueños. En ese mundo que la dictadura construyó y que nuestra democracia fortaleció, el deporte resistió un poco más los embates de los tiempos modernos, pero finalmente, terminó sucumbiendo.
Y en eso estamos, sobreviviendo en esta cacería infernal que nos tienen inmersos, en un fútbol paranoico en donde todas las semanas hay un DT cuestionado y un equipo en crisis. En este escenario, las sociedades anónimas que se apoderaron de los clubes deportivos, han incidido en crear el caos mediático en que se ha transformado el fútbol nacional. Pareciera que toda decisión va en camino a ser una aspirina para mantener a la plebe lo más contenta posible. En el caso de Azul Azul, las contrataciones millonarias fueron una especie de bálsamo que intentaba tapar con su brillo la realidad institucional del club. Intentaba, con refuerzos en el plantel y el cuerpo técnico, mejorar la pálida presentación del primer semestre. Aún así, las dos primeras fechas del Apertura fueron mediocres, un punto de seis posibles y un desempeño deficiente en la cancha. Porque es imposible mejorar un cuadro sin fondo alguno con un par de pincelazos (por más caros que estos sean). Así son los días de furia que corren en la actualidad, con controladores omnipotentes, cada vez menos público en los estadios, un ex presidente del fútbol nacional procesado en Miami y jugadores que cada vez se identifican menos con sus camisetas.
La semana anterior nos volvió a mostrar la locura que se genera en estos días en el ambiente futbolístico. La dirigencia haciendo esfuerzos desesperados por mostrar alguna especie de respaldo para Beccacece, pero todo indica que lo único que mantiene al rosarino en su puesto es el increíblemente alto monto de su indemnización. Quieren que la culpa y el costo de contratar caiga exclusividad en el empleado, nadie se quiere manchar las manos. Increíble.
La pelota, en cambio, sigue rodando, y lo que pase ahí al parecer es cada vez menos importante. El sábado recién pasado vimos una importante muestra de aquello, ya que el equipo que nos reúne ganó un duelo muy tenso en Quillota. Un 2-4 que no refleja lo que pasó en la cancha, en donde volvimos a ver un equipo timorato, apretado, mezquino y muy predecible. La diferencia (que no es menor) fue aprovechar los errores en la salida del rival y mantener la ventaja hasta que esta se fue consolidando. Pero, y en esto no quiero sonar catastrófico, el equipo no se movió un centímetro hacía adelante como para ilusionarnos, para pensar que este es un punto de inflexión. De hecho, los descuentos de San Luis generaron psicosis en todos los que tenemos el azul pegado a la piel.
Seguimos siendo un equipo que no sorprende por las bandas, que carece de un último pase claro y que genera unas dudas terribles en los balones aéreos (en tres partidos hemos recibido dos goles por esa vía), que sorprendentemente no es capaz de tener laterales que cierren correctamente (el gol de Antofagasta hace más de una semana fue de defensa de barrio). Y lo más preocupante es que aún no genera un estilo. En veinte partidos oficiales aun no podemos dilucidar a qué juega la «U». ¿Somos un equipo ofensivo? ¿Defensivo? ¿Intenso? ¿De posesión? ¿Pragmático? Es una incógnita.
Pero todo ese análisis no es relevante para los medios, lo importante es el gol de la Gata, los 120 días sin triunfos, el renacer de los «Beccalácticos» y la permanencia del DT. De contenido poco y nada. Quizás este triunfo traiga algo de calma a La Cisterna y traslade la tormenta a Macul. Un titular que hable sobre los dos partidos de local perdidos del equipo blanco sin duda puede vender más.
Pero en fin, somos unos «ilusos», personas atípicas a los tiempos que corren, no hablamos de títulos ni triunfos, sino de proyectos, procesos y participación. Este triunfo no nos calla, aunque claro que nos alegra el alma, el día y la semana. Es que el sentimiento es así. Y como tan bien lo describió Gabriel García Márquez en su genial obra: «…y la miró por última vez a los ojos… y alcanzó a decirle con el último aliento ‘Solo Dios sabe cuánto te quise’». Así es el amor y el fútbol en los tiempos de cólera, un acto romántico, de románticos viajeros.
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