Cuenta la leyenda que Galileo Galilei tomó dos esferas de distintos tamaños, dejándolas caer desde la Torre Inclinada de Pisa. Su intención era romper con la teoría de la gravedad de Aristóteles, que decía que los objetos caen a una velocidad proporcional a sus masas.
El astrónomo, ingeniero, matemático y físico nacido en Pisa en 1564 y fallecido en Arcetri en 1642, habría demostrado el error de Aristóteles.
Lo cierto es que no se sabe si el experimento de Galileo Galilei fue real o solo mental, pero en 1971, el astronauta de la NASA David Scott confirmó la teoría del italiano ¡desde la Luna!
Para ello usó un martillo y una pluma. Así ocurrió todo.
El experimento del astronauta David Scott para conformar la teoría de Galileo Galilei
David Scott, durante la misión lunar Apolo 15, demostró que los objetos pesados y los más ligeros caen al mismo ritmo.
Llevado al extremo, tomó un martillo geológico y una pluma. El martillo pesaba 1.32 kilogramos, mientras que la pluma era de 0.03 kilogramos según el informe (aunque la NASA lo corrige, señalando que debía ser 0.0003 o 0.003 kilogramos).
En la Tierra hubiese sido difícil lograrlo, ya que la pluma flota lentamente por la resistencia del aire. Pero en la Luna no hay aire.
Entonces, tomó ambos elementos y los soltó, cayendo los dos a la misma velocidad. Funcionó.
El balance de la NASA sobre el experimento
“Dentro de la precisión de la liberación simultánea”, indica la NASA, “se observó que los objetos experimentaban la misma aceleración y golpeaban la superficie lunar simultáneamente, lo cual fue un resultado predicho por una teoría bien establecida”.
La agencia aeroespacial definió el experimento de David Scott como “tranquilizador, considerando tanto el número de espectadores que lo presenciaron como el hecho de que el viaje de regreso a casa se basó críticamente en la validez de la teoría particular que se estaba probando”.
Así, 382 años después que Galileo Galilei experimentara, real o mentalmente, con los dos objetos de distintas masas cayendo a la misma velocidad, David Scott comprobó lo cierto de su teoría desde la mismísima Luna.