La muerte de Henry Kissinger, a los 100 años, renovó ante el mundo la imagen de una figura política trascendental en la historia reciente de Estados Unidos. En rigor, un personaje que para Chile adquirió una dimensión oscura y siniestra luego de su activa participación en el derrocamiento del Presidente Salvador Allende y el respaldo a la dictadura militar desde 1973.
En junio de 1976, el secretario de Estado del gobierno de Richard Nixon se reunió en privado con el general Augusto Pinochet en Santiago.
El régimen militar había preparado con esmero y prolijidad la organización la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos que se celebró entre el 4 y el 18 de junio de 1976 en Chile, porque la consideraba una oportunidad única para mejorar su imagen internacional.
Y la estrella de aquella cumbre fue Kissinger, la personalidad política estadounidense más trascendente que viajaba a Chile desde la visita del presidente Dwight Eisenhower en 1960 y premio Nobel de la Paz en 1973.
De acuerdo a los miles de documentos desclasificados recientemente por Estados Unidos, en esa reunión privada Kissinger le dio un espaldarazo definitivo a Pinochet: “Queremos ayudarlo, no perjudicarlo. Simpatizamos con lo que están tratando de hacer aquí… (Usted) hizo un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende”. Y agrega su propia percepción de que “mi evaluación es que usted es víctima de todos los grupos de izquierda del mundo y que su mayor pecado fue derrocar a un Gobierno que se estaba volviendo comunista”.
El mensajero de Nixon en Santiago
El secretario de Estado también comenta anticipadamente a Pinochet que, en su intervención en la cumbre, se referirá al informe elaborado por la Comisión de Derechos Humanos de la OEA sobre la crítica situación en el país sudamericano. Y se excusa porque lo hará para evitar que el Congreso estadounidense apruebe sanciones en contra de Chile. “Quería que entendiera mi posición. Queremos tratar con persuasión moral, no con sanciones legales”, le explica a Pinochet.
Kissinger siempre respaldó a Pinochet transmitiendo el sentir y la política de Ricard Nixon y Estados Unidos respecto al derrocamiento del gobierno elegido democráticamente en Chile: “Quiero ver que nuestras relaciones y amistad mejoran. Alenté a que la OEA tuviese aquí su Asamblea General. Sabía que eso le añadiría prestigio a Chile. Vine por eso”, reconoce ante el jefe de la Junta Militar el mismo Kissinger que, en diciembre de 1973, había recibido sin pudores el Premio Nobel de la Paz..