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Columna: Los dinosaurios van a desaparecer

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La muerte… peor aun, la lenta extinción de quienes han sido nuestros referentes, las piedras angulares de nuestros afectos y nuestra instalación en el mundo, debe ser una de las experiencias más difíciles y dolorosas que podemos enfrentar. Es así en la vida y, guardando las proporciones, es también así en la música, una expresión artística que puede ser mucho más que simple compañía permanente saliendo desde los parlantes: para miles, se trata del catalizador de sus fanatismos, de sus maneras de vestir, y hasta de los encuadres emotivos y estéticos con que observan la realidad.

Por ello, ¿cuántos no resintieron la muerte de David Bowie como si fuera la de un familiar directo? ¿O la de Lemmy Kilmister, el emblemático líder de Motörhead y santo patrono de nuestra comunidad metal? Quedan sus obras, es cierto, pero aun así hay un vacío que en estas semanas posteriores permanece. Un vacío confuso, que a ratos parece volverse estúpido o injustificado —mal que mal, hablamos de tipos que no conocimos, seres a los que nunca abrazamos—, pero que así y todo no se puede evitar.

Algo de esa sensación deben estar reviviendo a estas horas miles de fanáticos del rock, quienes en los últimos días fueron golpeados por dos noticias con potencial demoledor: La situación crítica en que quedaron AC/DC y Rush, tras el virtual retiro de dos de sus nombres esenciales, y las cancelaciones de giras presentes y futuras.

Ambos anuncios, de todos modos, llegaron con algunos paños fríos. Lo de los australianos, sacando a relucir que tras los recientes retiros de Malcolm Young (demencia) y Phil Rudd (líos judiciales), la banda igualmente se mantuvo en actividad, por lo que existen posibilidades de que la baja del cantante Brian Johnson (sordera) no impida que Angus Young y Cliff Williams continúen en la ruta.

Por el lado de Rush, en tanto, el guitarrista Alex Lifeson reveló que el legendario baterista Neil Peart no está capacitado para seguir en giras, por lo que no las harán más. De todos modos, algunas voces ya hablan de posibles reemplazantes, mientras que el mismo Lifeson aseguró que es posible que graben otro disco pese a todo, y hasta que hagan algún show aislado de vez en cuando.

Pero, vamos, a quién queremos engañar. Por mucho que vengan con esos «pero» añadidos, los tintes de knock out que conllevan ambos golpes se perciben a lo lejos. Uno, dando cuenta de una cuerda que, en su permanente estiramiento, ya está a punto de cortarse; otro, con esbozos de planes futuros que más huelen a placebos para fans en crisis, antes que a verdadera opción. Porque, ¿se puede sobrevivir tras espolonazos de este calibre? La historia dice que sí. El tema es cómo. ¿Sólo amparado en un último nombre fuerte? ¿Como un recosido apenas reconocible? ¿O hasta con un cantante de karaoke, como hizo Journey?

Sea cual sea el destino, es mejor no cerrar los ojos a lo evidente: Como un padre anciano, apoyado en bastones para moverse, necesitado de asistencia para cumplir con sus funciones elementales, y con una memoria que se fragiliza conforme pasan los días, nuestros viejos referentes musicales, los ídolos de nuestros años mozos, también son estrellas que se apagarán. Quizá estas señales sean invitaciones para ir asumiéndolo, y para recordar que, pase lo que pase, el amor de un fanático y las canciones sonando en el equipo son cosas que siempre perdurarán.

Por Sebastián Cerda / Columnista 

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