- Comunicador multifacético, experto en marketing y redes sociales y emprendedor por naturaleza.
La clase media sabe que este país es bastante tramposo y que siempre corre peligro. Está activada por el miedo a perder cosas que poco a poco siente ganadas, como el temor a la delincuencia, graficado en ser asaltado en la casa o en perder el automóvil. Teme a perder cosas por la frustración de tener que trabajar duro para volver a lograr las mismas cosas.
También está el temor a la pérdida del poder adquisitivo como consecuencia de una enfermedad propia o la de un pariente directo. Entonces, que no exista seguridad siquiera para los más chicos de poder quedar en un colegio cerca de casa ya es una locura.
Por eso, los padres se desesperan. Entran en una angustia. Desconfían del algoritmo y lo llaman tómbola. Creen que el nuevo mecanismo para seleccionar alumnos es más parecido a ganarse un juego de azar que una máquina buscando racionalizar las decisiones de muchos padres y que trata de dar la mayor justicia posible a los deseos de los padres.
Educación 2020 hizo un análisis del proceso de postulación del proceso del año anterior, cuando solamente cinco regiones participaban del nuevo régimen. El 70% de los postulantes quedó en su primera opción, y que el 99% quedó en alguna de sus primeras cinco opciones. Nadie se queda sin opciones.
Sólo está la desconfianza de los padres por no poder disponer de estrategias para poder lograr una mejor posición. ¿Estará la desconfianza de los padres de no poder echar mano al amigo del amigo para poder sacar una ventaja?
En esa desconfianza, en el miedo a no poder disponer de los procesos que resuelve un algoritmo, el Gobierno plantea el proyecto Admisión Justa. Está el miedo a que los colegios de excelencia pierden la proclamada excelencia dejando entrar a alumnos que no parecieran ser suficientemente “buenos” para el sistema.
Pero la excelencia no funciona así.
Un colegio de excelencia no tiene por qué funcionar como el universo de los X-Men, en donde todos tengan algún superpoder para luchar contra algo. No tienen por qué demostrarse entre ellos mismos cuál superpoder es el mejor para salvar a la humanidad. La escuela es para otra cosa.
La escuela es para formarse y para crear lazos. Las escuelas no son ejércitos de superhéroes. Tampoco son fábricas en las cuales desarrollamos los productos con mejor rendimiento. No podemos tratar así a los chicos que no logran suficiente rendimiento, como descartes de un sistema productivo que los ha dejado atrás. ¿Cómo los tratamos? ¿Les decimos “lo siento, pero usted ya no nos sirve”?
¿Eso es la excelencia? ¿Decirles a los chicos que “no sirven” porque “no rinden”?
Inventamos un relato de inspiración basada en la transpiración. Se los decimos a los niños. Los deshumanizamos. Les quitamos su derecho a soñar, a imaginar y los reducimos a la posibilidad de rendir por ganar algo, por ganarle a otro, por ganarles a todos. Pero no nos preocupamos de que sean felices.
Detrás del proyecto de Admisión Justa estamos diciéndoles a los padres que (a cambio de la posibilidad de poder ser unos pocos exclusivos del sistema educacional) otros van a quedar oficialmente como descartados. De paso, una ley asegurará la destrucción de la niñez como última isla de humanidad.
Los niños no van a querer seguir jugando a ser superhéroes.
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