- Analista internacional
El Parlamento Europeo aprobó un informe que acusa el gobierno húngaro de reemplazar a jueces críticos a su gestión, de coartar a la prensa y restringir la libertad académica. Se le imputa, además, de no acatar las directivas de la Unión Europea (UE) sobre la recepción de inmigrantes. Budapest, bajo el rótulo de “facilitar la inmigración ilegal”, ha pasado una ley que permite enjuiciar a los abogados y activistas que presten ayuda a quienes buscan refugio. Así pretende acallar las críticas a su gestión en materia migratoria. El informe condenatorio insta a que se suspenda a Hungría de su derecho a voto en asuntos comunitarios mientras persista en sus transgresiones, que ponen en peligro los valores de la Unión.
Una medida que con toda probabilidad no será adoptada por el Consejo de la UE en el cual participan los representantes de los 27 países miembros. Ya se han levantado en defensa de Hungría la República Checa, Rumanía, Eslovaquia, Malta e incluso Italia. Viktor Orbán, primer ministro húngaro, a sabiendas de que no corre riesgos, desafió en persona a los centenares de europarlamentarios, espetándoles que el informe constituía “un insulto a Hungría”, además de contener un cúmulo de “errores y mentiras”.
La postura altanera, destinada a incrementar su popularidad entre los nacionalistas en su país, le valió el abandono de sectores conservadores. En definitiva, el informe fue aprobado por 448 votos a favor y 197 en contra.
El debate puso sobre el tapete los bemoles para calificar a un gobierno como democrático o dictatorial. La dificultad parte de la definición maniquea que admite sólo dos polos. En el campo de las democracias estarían los estados con una efectiva división de poderes, una prensa fiscalizadora y regidos por gobiernos votados en elecciones libres, competitivas y limpias. En las dictaduras, en cambio, el poder es ejercido sin una consulta real a la ciudadanía, el parlamento junto al poder judicial responden a la voluntad del ejecutivo y los medios de comunicación son controlados. En el caso de Hungría, Orbán goza de amplía popularidad y tiene una cómoda mayoría parlamentaria.
Para abordar las vastas zonas grises entre la democracia y la dictadura se han empleado diversas categorías. En el pasado se pretendió distinguir entre gobiernos autoritarios que incluían a las dictaduras bajo el tutelaje de Occidente. Las que estaban bajo la esfera soviética se las calificaba como regímenes totalitarios.
En el caso de los gobiernos europeos como en Hungría, Polonia, Turquía, por mencionar los más emblemáticos, se aplican nuevas categorías. Estos países presentan rasgos dictatoriales en lo que toca a la represión de los opositores, así como la independencia del poder judicial. Pero a la vez sus gobiernos gozan de amplio respaldo popular, lo que los sitúa en la esfera de las democracias. Algunos las designan como “democracias de baja calidad” o “democracias fallidas”. También ha entrado el anglicismo de democracias “iliberales” que se caracterizan por un gobierno que concentra el poder y abusa de su autoridad, postergando a las otras ramas del Estado. En todo caso, es bien sabido que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. En los casos aludidos destacan dos características que fluyen del poder sin contrapesos: la corrupción y la intolerancia.
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