Que un tango comience con la oración «las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo» habla de qué tan querida es la capital de Argentina para los trasandinos. Pero el panorama es diametralmente opuesto en la ciudad más importante de Chile «¿Quién dice con orgullo que es santiaguino? Hay orgullo, sí, en ser de Puente Alto, de Maipú, de Renca, pero no en reconocerse del lugar del smog y el estrés», dijo una vez el escritor Álvaro Campos Quiroga en una columna publicada hace varios años por Publimetro. Hoy ese escenario podría cambiar.
Así al menos lo sugiere el intendente de Santiago, Claudio Orrego, y todo gracias a las plazas de bolsillo: proyectos que consisten en usar espacios urbanos abandonados para hermosearlos con maceteros, sillas y mesas, camiones de comida, entre otros. «Se llaman así porque tú instalas las cosas aquí, pero si te tienes que cambiar de lugar, las tomas y te las llevas», afirma la autoridad.
Explica que la posibilidad de cambiarse de locación se da porque «las propiedades pueden ser de particulares o entidades públicas que las tienen abandonadas. Como no hay dineros para expropiarlas, las plazas de bolsillo son la manera que tenemos para mejorar la ciudad».
Más color
La primera fue inaugurada el 13 de enero de 2016 en Morandé 83. La última fue abierta al público el miércoles de la semana pasada al costado del Metro Cumming. En total, ya van nueve de un primer ciclo. Todas se caracterizan por añadirle colorido que le entregan a un lugar que antes se caracterizaba por ser opaco y así lo rescata el intendente.
«Las nueve tienen un mural, tienen arte, mucho colorido», aclara Orrego. Precisa además que el primer mural quedó en manos del artista Mono González: fue una obra de arte, literal.
Pero no es lo único bueno: son bastante usadas por la gente. «Que las plazas de bolsillo hayan tenido una cifra cercana a las 150 mil personas visitándolas en el primer año de funcionamiento, demuestran la necesidad de este tipo de espacios», detalla el presidente del Colegio de Arquitectos, Alberto Texido.
Añade que las plazas de bolsillo son «una manifestación social de un espacio que tienen un altísimo potencial de ser usados como un espacio de encuentro que reemplaza otro que tiene algo grado de inseguridad, inaccesibles e inutilizados».
Costos
Según Orrego, la primera plaza costó $20 millones. «Se hizo casi con la caja chica», destaca. Las nueve del primer ciclo sumaron un total de $216 millones. ¿Harto o poco? Para no marearse con tanto número, el arquitecto Texido lo ilustra en palabras más simples.
«El costo de una plaza de bolsillo es casi la mitad de una plaza tradicional. Pero más allá de eso, importa también el tiempo de implementación. una de bolsillo demora casi cuatro veces menos que un proceso tradicional», sostiene el profesional.
Vienen más
Con el premio nacional de innovación Avonni 2016 en el bolsillo, el intendente Orrego aprovecha de informar a Publimetro que ya se vienen más.
«Ya tenemos el financiamiento que son 260 millones de pesos aprobados por el Consejo Regional para la segunda etapa, que son otras seis plazas distribuidas por comunas como Renca, La Reina, Independencia, Recoleta, entre otros», informa.
Pero aprovecha de aclarar que ahí no se detiene la cosa y pide «que la gente la disfrute y que hable con sus alcaldes para ver si hay sitios como estos, son todos candidatos para estos proyectos», sentencia mientras yo, desde una oficina, imagino cómo sería escribir las noticias desde una plaza.