Del murmullo que acompaña una fila vestida de amarillo fluorescente emerge un grito: «¡Estamos mal!»… Y después otro: «¡No somos criminales!».
Son dos de los 524 indocumentados retenidos en la cárcel de Theo Lacy en Orange, California, que la AFP visitó esta semana en un recorrido organizado para la prensa, luego de que en una inspección del gobierno se detectó que los inmigrantes eran sometidos a castigos severos y alimentados con comida podrida.
«Los tratamos con respeto», garantiza el capitán Jason Park, jefe de esta prisión con 3.240 reclusos, antes de adentrarse por la gigantesca instalación con paredes de bloques pintados de blanco, puertas turquesa y alambre de púas en las rejas.
Todo está limpio, todo está en orden, todo está silencioso. Park decide por donde ir y los periodistas no pueden hablar con los reclusos, que pasan con las manos en la espalda, vistiendo naranja, si son presos comunes, o amarillo, si son indocumentados detenidos a la espera de un juicio migratorio o de su deportación.
Theo Lacy es operada por la oficina del sheriff del condado Orange, ubicado unos 50 km al sur de Los Ángeles, y sirve como prisión para la agencia de migración de Estados Unidos (ICE), más poderosa ahora bajo el gobierno de Donald Trump, que prometió deportar a 11 millones de indocumentados.
La organización no gubernamental Detention Watch Network (DWN) denunció en 2012 abuso verbal y sicológico, negligencia médica, además de racismo, contra los inmigrantes en esa cárcel.
Danny Cendejas, directivo de DWN, aseguró a la AFP que esas condiciones se mantienen al día de hoy. «Es una de las peores cárceles para inmigrantes», dijo este activista que teme que, con Trump y su intención de detener más indocumentados, la situación empeore.
Asesinos y violadores
Algunos detenidos en Theo Lacy -la mayoría de México, Honduras y El Salvador- han sido condenados, cumplieron su sentencia y esperan la deportación, pero otros solo violaron leyes migratorias.
Y son clasificados por grado de riesgo. Algunos están en bloques sin celdas y los más peligrosos están en calabozos individuales que dan a un área común también cerrada.
En uno de esos sectores, un interno pega un papel al vidrio de la puerta del calabozo 10: «HELP» (auxilio, en inglés) está escrito en lápiz. En ese momento, funcionarios de ICE van recorriendo ese bloque para discutir sus casos.
El promedio de detención en un caso de migración es de 121 días. Jesús -su apellido es resguardado por seguridad- estuvo casi 100 en 2013, antes de salir bajo fianza y ser juzgado en libertad: por sus antecedentes penales, su residencia permanente puede ser revocada y finalmente deportado.
En los primeros días de confinamiento no podía dormir, vivía con miedo. Su caso es más espeluznante que el de otros inmigrantes: fue colocado en el ala de los deficientes mentales porque es sordo.
Sus compañeros de celda eran asesinos y violadores, entre ellos Scott Dekraai, autor de un tiroteo en un salón de belleza de Seal Beach en el que murieron ocho personas.
«Golpeaban el vidrio de mi celda, me gritaban… Tenía ataques de pánico mientras dormía, leía o iba al baño», cuenta a la AFP este mexicano de 33 años, que hasta hoy está medicado.
Reglas para todos
El objetivo de la visita a Theo Lacy era mostrar las inconsistencias del informe elaborado por el Departamento de Seguridad Interna (DHS, por sus siglas en inglés), como por ejemplo que las acciones disciplinarias no cumplen con los estándares de ICE.
«Tenemos reglas que tienen que ser cumplidas por los reclusos y los detenidos» por casos migratorios, respondió Park mientras mostraba una celda de aislamiento modelo -con una biblia, un peine y una carpeta con documentos legales- en un pabellón en el que había en ese momento cinco inmigrantes encerrados.
Nadie supo explicar por qué, aunque la oficina del sheriff aseguró que en ningún momento se aísla a un indocumentado en castigo, ni se le niega el acceso a visita, recreación o servicios religiosos, mucho menos una ducha. Ese tipo de sanción solo se aplica a la población general.
El DHS detectó además «duchas mohosas y putrefactas» y teléfonos defectuosos, fallas que Theo Lacy aseguró fueron rápidamente arregladas.
Y en la cocina de 1.400 m2 se hizo hincapié en las normas de sanidad que son aplicadas y en que nunca se han servido alimentos podridos, como indicaba el reporte.
Pero Jesús afirma que vio oficiales castigando a reclusos precisamente con comida descompuesta y que había gusanos en el bebedero de agua de su celda. «Se lo mostré a un sheriff y poco le importó, tomó el vaso [con los gusanos] y lo botó».