Tras el tercer puesto en el Mundial de 1962, Chile no fue invitado al Sudamericano de 1963. Éste se llevó a cabo en Bolivia, país con el cual se estaba en conflicto por el río Lauca. Tampoco asistió el monarca vigente, Uruguay, por la elección de La Paz como una de las sedes -la otra fue Cochabamba-. Por la misma razón, Argentina, segunda en la edición anterior, fue con un equipo “B”, mientras que Brasil, bicampeón planetario, mandó a un combinado de jugadores estaduales. Los “altiplánicos” aprovecharon la ocasión e hicieron pesar su localía, dirigidos por el brasileño Danilo Alvim, protagonista del “Maracanazo”, experiencia que marcó su paso por la “Verde”, a la que mantuvo aislada durante el torneo. Así consiguieron su primer y único título continental, con un conjunto que logró unir a todo un pueblo. El mejor jugador de ese campeonato fue Ramiro Blacut, quien militaba en Ferro Carril Oeste y que, luego, se fue al Bayern Múnich. Ahí compartió con un tal Franz Beckenbauer, además de unos jóvenes Gerd Muller y Sepp Maier.
Con 77 años, el otrora delantero rememora esa gesta boliviana, muy lejana a los tiempos que corren, con una selección que últimamente ha estado en lo más bajo de Sudamérica. “La entrega que ha tenido está bien, pero no hay un funcionamiento con un trabajo preestablecido. Las circunstancias han hecho que no podamos tener una base y, cuando no la hay, no puede haber otra cosa que un rendimiento a puro pulmón”, comenta respecto a la actual escuadra “altiplánica”, que hoy enfrenta a la “Roja” por la Copa América.
¿Qué recuerda del título de 1963?
—Danilo Alvim era un entrenador con mucha experiencia en preparar un seleccionado. Fue viendo los jugadores cuatro meses antes, cómo rendían en un proceso en el cual había una concentración máxima. Entonces, cuando llegó el momento de concentrar, ya había una buena base. Bolivia estaba considerada en el nivel más bajo de Sudamérica, con Venezuela, pero tuvimos una gran diferencia: la unión en torno a una selección, porque todo el mundo solamente hablaba de ella. Aunque nosotros estábamos concentrados, ni siquiera podía entrar la prensa.
Les ganaron a Argentina y a Brasil…
—Ganamos todo, a excepción del primer partido, contra Ecuador, donde perdíamos 4-2 y logramos empatar. Gracias a esa unión que existía, pudimos lograr una unidad de toda la afición deportiva y también del gobierno, que había garantizado completamente el apoyo a la selección.
¿Aprovecharon la altura?
—En realidad, la altura no fue ningún factor negativo para nadie, porque la mayoría de los equipos llegó con más de una semana antes de iniciar el torneo, para aclimatarse. No consideraban que íbamos a salir campeones, pero el equipo se fue afianzando.
En ese torneo no participó Chile, que venía de ser tercero en el Mundial de 1962…
—Claro, fue uno de los ausentes más sentidos, porque a pesar de que tenemos una cierta rivalidad por las guerras, hay un tinte muy especial en ese partido, que no se puede perder por nada del mundo.
Hasta hace poco, Bolivia tenía un título de América y Chile, ninguno…
—Claro, además que Bolivia consigue ese título y hoy hay equipos que están sufriendo mucho por conseguirlo, y no pueden. Es un orgullo que todo el país haya apoyado a esa selección y haya terminado vitoreándola, fue muy importante en la parte sicológica. Tuvimos el apoyo de todos los bolivianos, en un campeonato que fue completamente limpio, donde no hubo problemas de ninguna índole. Incluso, nadie se quejó de la altura, no se hablaba de eso.
¿Le da pena que Bolivia nunca más haya ganado nada?
—Efectivamente. Nosotros no supimos aprovechar ese momento, porque ahí debió venir un respaldo para que la selección tuviera un apoyo estable, permanente, que fuera trabajando en base al título de campeones sudamericanos. Bolivia se olvidó de todo, simplemente quiso festejar y cuando hubo un campeonato nuevo, estábamos otra vez desinflados y no teníamos una preparación adecuada.
¿Ve posible que Bolivia pueda volver a ganar una Copa América o ir a un Mundial?
—Clasificar a un Mundial es más fácil, porque clasifican varios y se juega en mucho tiempo, pero con lo que tenemos actualmente, yo considero que Bolivia no tendrá un equipo tan bueno como hubo en ese momento. Nuestro nivel no está sentado sobre una base de formación de chicos competentes, con capacidad formal de ser profesionales. Eso tendría que comenzar a los 10 años. Los tiempos han cambiado y, hoy, el jugador gana muy bien, pero también se dedica a otras cosas, y baja su rendimiento y su comportamiento.
Ramiro Blacut fue el mejor jugador de esa copa. Hoy, el que logra eso se va a Europa al tiro y gana millones de dólares…
—Jajajá. Sí, bueno, yo tuve oportunidades de aprovechar un poco. Eso sí, no sé si fui el mejor, varios estuvieron a gran altura. A mi lado jugaba Víctor Agustín Ugarte, el maestro boliviano. Era muy profesional, fue mi mentor.
¿Ustedes son héroes allá?
—No, ya han pasado 58 años y hay muy pocos que se acuerdan. La gente nueva tiene la ambición de conocer como éramos y nosotros éramos completamente amateurs en la parte económica. No ganábamos sueldo, sino que el equipo que nos contrataba nos conseguía trabajo, y el gobierno nos daba un permiso especial para que nos siguieran pagando. Para el Sudamericano simplemente ganamos unos premios, nos ofrecieron 1.000 bolivianos por punto, que no era mucho. Incluso, hicieron una campaña para que los aficionados que quisieran pudieran aportar un premio para la selección campeona, pero se consiguió muy poco.
Luego, usted jugó en el Bayern Múnich…
—Me fui después del Sudamericano, por casualidad, porque yo quería estudiar. Un amigo me dijo “tú eres campeón sudamericano, en Alemania vas a ser considerado”. Él me consiguió contactos en el Karlsruher. Esperando que llegara mi pase, me convencieron para llegar al Bayern Múnich, me dijeron que tenían la intención de ascender y convertirse en uno de los mejores equipos del mundo, con jugadores como Franz Beckenbauer, Sepp Maier y Gerd Muller.
¿Alcanzó a jugar con Beckenbauer?
—Sí, con los tres. Ascendimos el primer año, pero con tan mala suerte que me lesioné en un partido amistoso antes de iniciar. Estuve lesionado seis meses, me rompí una parte del ligamento de la rodilla y me costó mucho volver. Si me hubiese quedado en el Karlsruher, no habría conocido a Beckenbauer, Muller ni Maier, de quienes aprendí muchísimo.