Gonzalo Pérez – enviado especial a Pisco
«En la playa o trabajando». Con esa simple respuesta, Giovanni Enrico evidencia cómo le ha cambiado la vida en sólo un año. Es que el ingeniero de 30 años le dio un vuelvo a su vida y dejó las oficinas o las vacaciones de lado para embarcarse en una aventura que hace unos años no pensaba vivir: la dura travesía del Dakar.
Después de largos meses de entrenamientos y de incertidumbre por no saber que le deparaba el desierto, el chileno finalmente comenzó su participación en el Dakar y lo hizo llegando vigésimo con su cuadriciclo en la primera etapa, que comprendió una especial de 30 kilómetros en la localidad peruana de Pisco.
Aún emocionado por el debut y contento por finalmente empezar la competencia, Giovanni Enrico se sienta al lado de su cuadriciclo para disfrutar del ambiente familiar que rodea a su equipo y para preparar un nuevo día.
“Estoy emocionado por el debut. Estaba más nervioso en las verificaciones porque no sabía si me iban a aceptar los vehículos, pero cuando empezó la carrera estuve bien tranquilo. Estando acá te das cuentas de lo que significa el Dakar. Cuando dicen que es la carrera más grande, exigente y peligrosa, es así”, dice Enrico a El Gráfico Chile.
“Pese a que fueron 30 kilómetros, fue una ruta exigente y peligrosa. Hay que estar súper atentos en la navegación para ser constante en la carrera”, agrega.
Rodeado de su padre, su hermano, un amigo y dos primos, el ingeniero intenta dimensionar todo lo que está viviendo. Jamás imagino que en enero iba a cambiar la arena de las playas para estar rodeado de autos, camiones, una caravana de miles de personas y el polvo que se levanta en los campamentos. Por sobre todo mucho polvo.
“Uno no se da cuenta de cómo es hasta que estás adentro. Hay mucha gente, está lleno de fanáticos viendo el espectáculo. El campamento es enorme, la cantidad de equipos, los camiones, la logística es impresionante”, dice.
La interrumpida pasión
Pese a que recién a los 30 años llegó a su primer Dakar, Giovanni Enrico tuvo siempre el bicho de las tuercas en su cuerpo. Su padre es un amante del mundo y se los traspasó a su hijo, quien desde muy pequeño ya andaba en moto.
Sin embargo, los estudios lo llevaron a alejarse de una de sus pasiones. Viviendo en Viña del Mar para sacar su título de ingeniero en la Universidad Santa María, el tiempo de andar en moto era muy poco. Luego, una vez terminada su carrera universitaria, vino el trabajo y la oficina para ejercer lo que tanto sacrificio le había costado.
Pero cuando volvió a su tierra natal, el bicho volvió y así, en 2016, empezó a correr en la modalidad de cross country. Dos años después la historia es conocida y ahora está entremedio de un enorme campamento viviendo el sueño de competir el Dakar.
“El bichito nunca se pasó. Cuando volví a mi ciudad vi una moto y el bicho volvió al tiro. Empecé a correr en enduro, a entrenar en el gimnasio y a tomarme en serio el asunto”, dice sobre el retorno a las motos, que estuvo motivado por el también piloto de cuadriciclos, su coterráneo Luis Barahona.
“Trabajé cerca de tres año y estos últimos tres meses dejé de hacerlo para dedicarme a la moto, entrenar en el gimnasio, con dietas que me hizo mi hermana que es nutricionista. Me lo tomé súper en serio. No vengo a pasear, vengo a competir, a hacer lo mejor posible. Sea como sea vamos a llegar a Córdoba”, avisa.
Ahora se le vienen por delante muchos días de competencia y el objetivo está claro: terminar los 6669 kilómetros de competencia. Para sobrevivir tiene como gran apoyo las buenas vibras que le mandan sus amigos desde Chile y los consejos de Ignacio Casale, el gran mentor para los pilotos chilenos de cuadriciclos.