Hay que ser sinceros: los juegos pequeños no siempre son buenos. Uno siente que un título oficial de Nintendo tiene mucho más que entregar. Sin embargo, en el último tiempo, los pequeños juegos están sorprendiendo en Nintendo Switch.
Este es el caso. «Katana Zero» tiene una estética ochentera y un exquisito trabajo de pixel art. Con eso, ya tiene un gran porcentaje avanzado para decir: bien. Luego, su mecánica lo transforma en un juego rápido y cargado de adrenalina. Otro punto extra.
Un samurai asesino
Encarnarás a un samurai asesino que, a base de drogas experimentales, puede predecir lo que va a ocurrir en cada combate. Al inicio de cada sección nuestra jugada será en realidad el plan que el personaje está intentando ordenar en su cabeza. Una cosa muy loca. Luego deberás hacer aquello realidad, asesinándolos a todos.
La memoria, la tuya, será clave. La historia es entretenida, guama bajo la manga varios giros. Eso de la amnesia y de predecir lo que va a pasar abre un abanico tremendo. Las secuencias de diálogos son tranquilos, no se exceden. Muy bien.
Adrenalina total
El modo de juego es adrenalínico y rápido, y además, cualquier error que cometamos supone repetir la secuencia de cabo a rabo.
Un puñetazo, una bala perdida, una explosión cercana. Todo nos mata y nos obliga a revivir el proceso. Pero esto lo hemos visto en otros juegos, y en realidad, tiene su toque.
Podemos dar espadazos, saltar como un ninja, recoger objetos y lanzarlos, rodar por el suelo para esquivar peligros y, el movimiento estrella, ralentizar el tiempo para ejecutar mejor cada muerte o devolver las balas. Un efecto Matrix que acá se ve muy asesino. ¿Suena fácil? No te equivoques. Tiene bien equilibrada su dificultad.
¿Y bien?
«Katana Zero» podría quedarse en lo divertido de sus mecánicas y lo interesante de su historia. Pero sin duda va más allá. Su arte y diseño te impactan desde el primer minuto. Su banda sonora ad hoc. En resumen, pasó automáticamente a la lista de recomendados indies para Switch.
Es un juego para nostálgicos. Su nivel extremo de sangre no da miedo, son píxeles. Pero es ese mismo detalle el que logra traspasarnos la adrenalina de antaño.
