Hace dos décadas, la muerte de un estudiante gay que fue torturado y atado a un cerco en una pradera de Wyoming conmovió a Estados Unidos. Ahora que las cenizas de Matthew Sheparddescansan en la Catedral Nacional de Washington D.C., quienes lo conocieron reflexionan sobre su legado.
Judy y Dennis Shepard reconocieron a su hijo por los aparatos que llevaba en los dientes.
Estaba sobre la cama de un hospital, con "vendas y puntos de sutura por toda la cara", dice Judy, "y vendas alrededor de su cabeza, donde el último golpe había aplastado su tallo cerebral".
"Los dedos de sus manos y de sus pies ya estaban contraídos en una posición comatosa. Y los tubo que tenía por todas partes le permitían a su cuerpo seguir con vida".
"Uno de sus ojos estaba parcialmente abierto de modo que podías ver sus ojos azules. Y podías ver sus aparatos, así que claro que era Matt".
"Su cara estaba hinchada, realmente era irreconocible hasta que te acercabas más".
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Dos noches antes, el 6 de octubre de 1998, Matthew Shepard había entrado solo en un bar de la ciudad de Laramie.
El estudiante de primer año de la Universidad de Wyoming era abiertamente gay. Acababa de reunirse con un grupo de amigos para planear la semana de conciencia sobre el colectivo de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales (LGTB) que se celebraría en el campus.
Pero no los pudo convencer de acompañarlo a tomarse una cerveza después.
En el local Fireside Lounge, el joven de 21 años acabó conversando con dos obreros que instalaban techos, Russell Henderson y Aaron McKinney, de la misma edad que él.
Ambos vieron a Matthew, de 1,58 metros y complexión delgada, como una presa fácil.
El alguacil del condado de Albany, Dave O’Malley, quien lideró la investigación del caso, afirma: "En su propia declaración, McKinney dijo que él y Russell fueron al baño del bar Fireside y planearon actuar como si fueran gays para ganarse la confianza de Matthew.
"Así que el terma de su orientación sexual estuvo ahí desde el comienzo del contacto".