Vuelve "The Crown".
La segunda temporada de la aclamada serie sobre la realeza británica, que estará disponible en Netflix a partir del próximo fin de semana en Reino Unido, trae hasta nuestras pantallas diez episodios de una hora de duración sobre la vida de la Reina Isabel II entre los años 1956 y 1963.
Prepárate para disfrutar si te gustan las series con una gran cantidad de historia y una buena dosis de licencias poéticas presentadas con mucho gusto.
Lo único que tienes que hacer es adaptar tu mente a un periodo en el que el acento ridículamente meloso era signo de estatus social.
Incluso así, hay momentos en los que esas voces son, como diría la propia reina, simplemente demasiado.
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En una de esas escenas podemos ver al exprimer ministro británico Harold Macmillan (Anton Lesser) teniendo una conversación de hombre a hombre sobre una partida de billar con su pícaro ministro de guerra John Profumo, quien estaba en medio de un escándalo político por un affaire que había sostenido con una corista, a quien se le acusaba de ayudar a los soviéticos durante la Guerra Fría.
Por lo tanto debería parecer algo tremendamente serio; la reputación del gobierno está en juego.
En cambio, en lugar de sentirse atraído por el argumento, uno se encuentra comportándose como la desleal mujer de Macmillan, riéndose de él por su acento.
Ello no quita, no obstante, que la serie no tenga sus toques de humor intencionado. Hay numerosas bromas, generalmente presentadas a través del príncipe Felipe, en diálogos con su tranquila esposa, la reina Isabel II de Inglaterra.
Ambos personajes son retratados con cariño, pese a que el duque de Edimburgo real podría tener algo que decir sobre la atención que centra el show en su libido en lugar de su intelecto, sin mencionar cómo la serie especula y le involucra en el escándalo Profumo.
Claire Foy, reina de la pantalla