El cambio climático ha disminuido la oferta de polen y néctar para las abejas y la elaboración de miel. Por lo que, el cultivo de este trigo conocido como “alforfón” busca proveerles comida suficiente para duplicar la masa de material biológico y exportarlo.
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“Hay que sembrar para las abejas”, dice Juan Velozo, director del Centro Tecnológico de Recursos Vegetales (CTRV) de la Universidad Mayor, para explicar el modelo que usa alforfón (trigo sarraceno) como forraje apícola y que permite la producción de material biológico de paquetes de abejas para exportación al mercado canadiense y europeo.
“Este modelo busca que los apicultores sean independientes del bosque nativo, porque dado la condición de sequía, el bosque nativo no está produciendo néctar y polen suficiente para mantener la actividad apícola en todo el país y eso ha producido una merma en las poblaciones de colmenas y una baja en la productividad de miel, principalmente”, explicó el investigador.
De igual forma, esta iniciativa representa una gran alternativa para diversificar las actividades económicas que desarrollan los apicultores. Esto ya que también se fomenta la producción de este tipo de grano que no contiene gluten y es consumido por la población celiaca, el cual cuenta con proteínas de alta calidad, similar a la quínoa.
¿En qué consiste el modelo?
La actividad apícola depende de la primavera y cuando ésta se acaba, disminuye fuertemente la oferta de alimento para las abejas. Con este modelo productivo se genera oferta de néctar y polen mediante el cultivo o huertos florales de alforfón, extendiendo la actividad durante el verano. Esto permite que se produzcan más familias de abejas y que esas colonias sean destinadas a exportación.
Dado que los apicultores son agricultura familiar campesina, es decir solo tienen la capacidad de producir pocos volúmenes de abejas para comercializar, el CTRV ha realizado una política de asociatividad. Esto les entrega la transferencia tecnológica para que puedan incorporar el cultivo de alforfón en su actividad apícola, lo que incluye además capacitaciones en sanidad, gestión, material biológico y genética, de modo de mejorar la calidad del producto.
Finalmente, las agrupaciones de apicultores en torno al proyecto producen el material biológico y lo exportan asociativamente a Canadá a través de un intermediario.
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Transferencia de conocimiento
Desde el 2015, y en forma sistemática, este Centro de la U. Mayor ha entregado este servicio completamente gratuito a cerca de 60 beneficiarios de distintas comunas en la región de O’Higgins y se pretende replicar en más zonas del país.
Por eso, Velozo, junto a representantes del Movimiento Nacional de Apicultores de Chile (Monachi), se reunieron con la subsecretaría de Agricultura, Ignacia Fernández, para contarles la experiencia que ha tenido el modelo. La autoridad se mostró dispuesta a promover la idea con los instrumentos que hoy día tiene el Ministerio para desarrollar políticas públicas que apoyen la agricultura familiar campesina.
“Hay grandes expectativas de que esto ocurra, porque los apicultores están super deprimidos como gremio dado que las condiciones actuales del mercado internacional de la miel son muy malas. El valor comercial en el mercado internacional de la miel es muy bajo, por lo tanto, lo que se le paga al apicultor no le da sustentabilidad a su actividad”, dijo el director del CTRV.
En mayo se firmarán ocho nuevos convenios de transferencia tecnológica, lo que para Velozo significa que el trabajo está empezando a dar frutos.
“Como Universidad somos una plataforma de investigación y desarrollo innovativo para el sector público y privado, porque tenemos la capacidad de generar y transferir conocimiento; además de articular a entidades técnicas, del Estado, proponer política pública con los ministerios y legisladores y eso ha ocurrido”, cerró.