La reciente imposición de un arancel del 25% a los vehículos importados por parte de la administración Trump ha generado una ola de incertidumbre en la industria automotriz global. Marcas icónicas están reevaluando sus estrategias de exportación hacia Estados Unidos, buscando mitigar el impacto financiero y mantener su competitividad en un mercado clave.
Jaguar Land Rover: una pausa estratégica
Una de las primeras reacciones provino del Reino Unido. Jaguar Land Rover, grupo controlado por Tata Motors, decidió suspender temporalmente sus exportaciones a Estados Unidos, según informó Automotive News Europe. La marca, que comercializa modelos como el Defender, el Range Rover y el F-Type, sostuvo que el stock actual en concesionarios estadounidenses debería alcanzar “al menos dos meses”.
La medida responde a la imposibilidad de absorber el sobrecosto generado por el arancel del 25%, que se aplica desde marzo a todos los vehículos importados a Estados Unidos, como parte de la nueva política comercial del gobierno de Donald Trump.
Volkswagen, BMW y Audi: números que no cierran
El caso alemán es igual de delicado. Volkswagen, que fabrica muchos de sus modelos para el mercado estadounidense en México, advirtió que el impacto del arancel “podría llegar a los 11.500 dólares por unidad” en modelos como el Jetta o el Tiguan, según cifras reportadas por Handelsblatt.
Lo mismo ocurre con BMW y Audi, ambas fuertemente dependientes de plantas en Europa y México. BMW, por ejemplo, produce el Serie 3 y el X3 en su planta de San Luis Potosí, mientras que Audi ensambla el Q5 en México. “La nueva política arancelaria nos obliga a replantear la estrategia para el mercado norteamericano”, indicó un vocero de Audi al medio alemán Manager Magazin.
Toyota, Nissan y Honda: alerta en Japón y México
Las marcas japonesas también están en alerta. Toyota, uno de los mayores exportadores desde México hacia Estados Unidos, teme por el destino de su pick-up Tacoma, fabricada en Baja California. Nissan, por su parte, produce el Versa y el Sentra en Aguascalientes, ambos populares en EE.UU.
Honda no se queda atrás. Aunque tiene parte de su producción en EE.UU., también exporta varios modelos desde Japón y México. Las tres compañías han señalado que el nuevo esquema “afecta gravemente la competitividad de los productos japoneses en suelo estadounidense”, de acuerdo a declaraciones recogidas por The Japan Times.

Ferrari y Porsche: lujo en la mira
Aunque sus volúmenes de venta son más bajos, Ferrari y Porsche enfrentan un dilema igual de complejo. “Un incremento del 25% en el precio final podría disuadir incluso a compradores del segmento premium”, dijo un portavoz de Ferrari citado por Reuters.
Porsche, que importa toda su gama desde Europa, está analizando medidas para no perder participación en EE.UU., su segundo mercado más importante. En declaraciones al medio alemán Auto Motor und Sport, ejecutivos de la marca reconocieron que están “explorando ajustes en el portafolio” y que podrían priorizar mercados con condiciones comerciales más estables.
GM y Stellantis: el golpe interno
Paradójicamente, las compañías con sede en EE.UU. también están en problemas. General Motors y Stellantis dependen fuertemente de sus plantas en México y Canadá para abastecer el mercado local.
GM podría ver afectadas sus operaciones en Ramos Arizpe y Silao, donde se fabrican modelos clave como el Chevrolet Blazer o el Equinox. Stellantis, en tanto, produce el Jeep Compass y algunas versiones del Ram 1500 en México. Ambas marcas estiman que hasta un 80% de sus exportaciones a EE.UU. podrían quedar impactadas por el arancel, según datos de Bloomberg.
¿Un antes y un después para el mercado estadounidense?
El nuevo arancel de Trump reconfigura las reglas del juego para fabricantes que durante décadas han visto a Estados Unidos como su mercado más rentable. El aumento en costos amenaza con trasladarse directamente al consumidor, limitar la oferta de modelos importados y acelerar decisiones como el traslado de plantas o el cierre de operaciones en ciertos países.
Al mismo tiempo, abre la puerta para una mayor producción local en EE.UU., pero con consecuencias aún difíciles de dimensionar para la cadena de suministro global.