Francisco Valdés estaba viviendo un verdadero drama en su casa, llevaba ya tiempo peleando con una plaga de ratones y todos los mecanismos de combate fracasaron. Ante este escenario, junto a su familia decidió que lo mejor era adoptar un gato, pero se encontró con portazos y críticas, lo que relató en una carta a El Mercurio.
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Como las trampas y venenos no resultaron, “decidí que lo más práctico sería adoptar un gato confiando en el instinto natural de estos animales para ahuyentar roedores”, explicó en la carta.
Contó que fue a un primer centro de adopción, en el que aseguran lo trataron como un completo “villano”, cuando contó para qué quería adoptar al animal. Al ir a un segundo recinto, cambió la estrategia y trató de ser “un poco más diplomático (...) pero no logré pasar la rigurosa entrevista al comentar que el gato viviría en el patio”.
“¿En qué momento perdimos el sentido común?”, se pregunta el autor de la carta a modo de reflexión y además agrega “los gatos son cazadores por naturaleza, no hay nada de cruel en esperar que hagan aquello para lo que están perfectamente adaptados, más absurdo aún es rechazar un hogar responsable para un gato, cuando tantos necesitan ser adoptados”.
Ante esto, LUN conversó con Mauro Basaure, académico de la escuela de sociología de la UNAB y director del doctorado de Teoría Crítica y Sociedad Actual.
Basaure precisa que esta es una controversia en la que se enfrentan dos concepciones “sobre qué definimos como bienestar animal, ¿ qué es mejor para el gato, que viva en función de sus instintos de caza o que no sea usado para aquello?”.
En ese cuestionamiento, “dice que se enfrenta una visión tradicional, en el sentido de usar su naturaleza para un tipo de beneficio que sería el control de plagas o protegerlo de lo que se entiende como un peligro de explotación del gato. Esto supone una suerte de humanización o de antropologización del animal”.