La prédica resonante de Raúl Gutiérrez con su exaltación cristiana de “¡Gloria a Dios, gloria al Pulento!” fue parte del paisaje humano característico del centro de Santiago durante casi medio siglo, en que se transformó en un personaje clásico como el evangelizador más excéntrico de la capital. En marzo próximo se cumplen 10 años de su muerte, pero su figura inconfundible aún perdura en la memoria colectiva de quienes, alguna vez, le dedicaron un minuto de atención a su esfuerzo superlativo por proclamar el mensaje de Dios, convertido por decisión propia en un gladiador de la fe.
PUBLICIDAD
Poseedor de una voz grave y vestido humildemente, ya fuera con sol o lluvia, potenciaba su mensaje con saltitos incansables mientras que, con una Biblia en su mano, pregonaba el culto a su pastor: “¡Gloria a Dios, Gloria al pulento, Dios es pulento. Aleluya!”, vociferaba durante horas en las calles del centro cívico, aprovechando el tráfago del mediodía y el almuerzo de los transeúntes y empleados que circulaban por los paseos Ahumada, Estado y Huérfanos, sin descontar la Plaza de Armas.
Nacido en Linares en 1932, había sido engrasador mecánico de la Empresa de Transportes Colectivos (ETC) y en 1962 lo atrajo a la iglesia evangélica el pastor Antonio Villegas. Allí recibió un “golpe” de fe que le convenció cambiar su estilo de vida para superar el alcoholismo, y tres años después ya predicaba por su cuenta en las calles. Siempre asomaba a mediodía por su gran templo al aire libre, donde desfilaban los potenciales feligreses a quienes debía cautivar con el mensaje de la fe. Según decía, “el propio Señor del Cielo me habló”, instándolo a predicar en esa aceras donde vio pasar todos los cambios del país.
En la galería de los personajes urbanos
“Fue el predicador moderno más famoso y popular que haya conocido la sociedad santiaguina”, escribió el cronista Alfredo Peña. En los años 80 la expresión popular “pulento” equivaldría al actual “bacán” y de allí tomó el apodo que lo hizo reconocido. Incluso, su histrionismo llevó a varios humoristas a parodiarle, como Fernando Alarcón en televisión o Ernesto Ruiz en el teatro de revistas.
Sobre su devoción, en una entrevista explicó que “mi Señor me dio una orden: predícame en la calle, todo el día, sin parar. Yo le dije: varias horas no más, mi señor, todo el día no puedo, porque tengo que trabajar para mantener a mi mujer y a mis hijos. Entonces él me dijo: predícame no más, honra mi nombre, que yo voy a ver que no te falte dinero. Y me dio la orden: predica y el que se pare a saludarte, ése te lo mando yo”, reveló a La Cuarta.
En el último tiempo de su misión espiritual enfermó tras la muerte de su esposa, cuando vivía de una modesta pensión en la Población Clara Estrella, junto su hija Verónica. El “Pulento” partió en silencio en 2014, consagrado como un personaje entrañable de la capital y sus hermanos de la comunidad evangélica lo despidieron con honores, como correspondía al predicador que se instaló en un altar de la cultura popular.