Existen todo tipo de galardones que reconocen los logros en las ciencias, en las artes y en muchas áreas de las actividades humanas. Pero quizá ninguno de ellos sea tan famoso como el Premio Nobel.
Quizá es la tradición de más de 100 años que tienen, quizá es porque en el mismo conjunto de premios hay ciencia, arte e incluso otras actividades como la promoción de la paz. O tal vez sea todo eso combinado, con que su origen vino de la última voluntad de una persona.
Así es, los premios Nobel son resultado de una idea que tuvo Alfred Nobel, unos años antes de morir y que dejó plasmada en su testamento.
Fortuna explosiva
Alfred Nobel fue un químico e inventor sueco que vivió en el siglo XIX. Su invento más conocido es la dinamita: una forma segura de manejar la nitroglicerina, pues estaba mezclada con sustancias inertes como arcillas.
La mayor estabilidad de la dinamita la volvió un explosivo muy popular, para demoliciones y minería, pero su uso también se extendió a aplicaciones bélicas, como armas de artillería.
Alfred Nobel recibió muchas críticas en vida, porque la mayor parte de su fortuna, vino de la dinamita y otros explosivos que patentó. Además durante un tiempo fue dueño de la compañía sueca Bofors, a la cuál convirtió en una industria para producir cañones y otros armamentos, actividades que definitivamente le redituaron muy bien económicamente.
Aunque seguro él sabía que su trabajo no era admirado por todos, algo que no le dejó dudas fue que tuvo la oportunidad de leer su obituario.
No es que Nobel haya tenido una experiencia sobrenatural, sino que, en 1888, cuando murió Ludvig Nobel, su hermano, un periódico francés pensó que era Alfred el que había muerto y escribieron su obituario. Uno no muy amable por cierto, pues lo llamaban “mercader de la muerte”.
No es tan difícil suponer que leer algo de uno mismo debe tener consecuencias. Y en este caso la consecuencia fueron los premios Nobel.
Premio Nobel: una buena idea
En el testamento que Alfred Nobel firmó en 1895, un año antes de morir, estableció que su fortuna, se invirtiera para constituir un fondo con el que año con año se premiara a las personas más destacadas en ciertas áreas.
La elección de esas áreas tuvo que ver con los propios intereses de Nobel: el de química, porque él era químico, el de física porque la consideraba la ciencia más destacada entre todas. Y su interés en la medicina surgió de su trato con varios médicos y fisiólogos de su tiempo.
Aunque se dedicó a la ciencia y la tecnología, Nobel tal vez hubiera preferido ser escritor de tiempo completo: escribió algunas obras dramáticas y poemas, por lo que también instituyó un premio de literatura.
Por supuesto, el premio de la paz, debe haber tenido origen en algo de culpa que debe haber sentido, por su contribución a la industria bélica.
El 10 de diciembre de 1896 falleció en San Remo, Italia. Poco después se conoció el contenido de su testamento, que al parecer fue más explosivo que la dinamita: tuvo gran oposición de su familia directa, sobrinos principalmente, porque no se casó, ni tuvo hijos.
Pero, gracias a la insistencia del químico sueco Ragnar Sohlman, cuatro años después se pudo establecer la Fundación Nobel y en 1901 se entregaron los primeros premios Nobel.
Si ahora Nobel pudiera ver la trascendencia de su legado, seguramente estaría satisfecho, como dijo alguna vez: “si tuviera mil ideas y solo una resultase ser buena, estaría satisfecho”.