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#Crítica ‘Poor Things’: Remedios la Bella se descubre a sí misma en un deleite visual apoteósico

La película es dura contendora de Oppenheimer para los Oscar, y uno de ellos debe volver a Emma Stone, que subvierte deliciosamente el mito de Frankestein.

Ver a Bella Baxter, pobre esposa suicida, embarazada, con el cerebro de su bebé, devorándolo todo (hombres, comida, lugares y bailes en su esperpéntica y fantástica torpeza) es el mejor espectáculo del año.

Una fábula victoriana y fantasiosa que incomoda las creencias del espectador, su sentido de ética y moral, tanto como ella a los hombres que tratan de poseerla, al ella carecer de reglas morales y subvertir hasta quebrar física y mentalmente a quien trata de detenerla.

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“Usted ha liberado un monstruo al mundo”, dice una de sus pobres ‘víctimas’ interpretadas por un comiquísimo y pueril Mark Ruffalo, a su creador, un científico que parte de las premisas de Frankestein para reinventar a esta mujer que poco a poco va adquiriendo sentido de sí en medio de ‘Perripollos’ y otras invenciones desternillantes y horripilantes de este científico que juega a ser el dueño de su universo.

Un ‘monstruo’ que por demás, no es nuevo en la ciencia ficción, pero un arquetipo que se transforma desde múltiples referencias para llegar a ser un personaje único.

Podría ser la ‘Remedios la Bella’ de Gabo, y hasta dos criaturas contemporáneas, si las situamos por época. Igual de insultantemente bellas, cautivadoras. Escandalizan a medio mundo por sus reacciones, sin sentido del tiempo, del bien y del mal.

Los hombres que se mueren por ellas (y ahí hasta caben referencias actuales  como el robot de ‘Her’ que tanto hizo sufrir a Joaquin Phoenix) lo hacen porque no pueden poseerlas. Pero a diferencia de su contraparte caribeña, que se va al cielo sin saber nunca nada del mundo, con las sábanas de su cuñada cachaca y envidiosa, Bella descubre - polémicamente- en la prostitución y en el sexo una forma de liberación. Una forma que choca a los espectadores. De manera explícita. Sin ponerle tanto pero.

Claro, en una sociedad como la actual y en donde sí, admitámoslo, hay tantas problematizaciones alrededor del sexo (por ejemplo, los centennials son menos sexuales que sus predecesores), Bella se muestra descarnada, hasta chocante en algunos aspectos. El cómo la prostitución y sus rasgos de clase y raza, y cómo la ejerce en su contexto es algo que para muchos resulta opresivo y hasta romantizado, y por eso cuestionable.

Pero, sin duda es interesante ver cómo un oficio que en el marco de esa época (y en esta también) es “lo más bajo que puede hacer una mujer”, como le dice el personaje de Mark Ruffalo, llega a ser un vehículo de liberación en su caso. Un vehículo de escape secreto incluso para el deseo de los hombres y el de las mujeres, que incluso con todas las imágenes actuales y con un solo click deben esconderse, porque lo personal es político y sí que se aplica en esta película.

Por supuesto, para los hombres que en estos últimos años son ‘antiprogres’, la película va a sentarles como morder un limón con sal apenas se levanten. Porque Bella no escatima nada al dejar un pasado opresivo. A quienes quieren someterla de alguna manera.

No quiere volver a lo que son muchísimas mujeres y han sido durante siglos. Ella tuvo una segunda oportunidad, que muchas hubieran querido tener. Y choca cuando hay más mujeres que nunca, en estos tiempos, bastante de acuerdo con esta idea, muy a pesar de que los gatos y la soledad sean el peor de los infiernos, pero un paraíso absoluto luego de tantas opresiones violentas e insensatas.

Y a través del sexo, se va encontrando, pero también a través de la filosofía, el socialismo, de cuestionar todas las estructuras en su conciencia o ingenuidad que la hacen tan “peligrosa”, como tantas mujeres aún patologizadas (incluso en redes) por el simple hecho de ser.

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Una impecable factura técnica

Por otro lado, el vestuario es una delicia. La ambientación de esa sociedad victoriana ficticia, fantasiosa, también. Cada detalle, cada elemento grotesco, cada contraste de color y decoración hacen de la película una exquisita obra de arte.

Blanco y negro, como cuando alguien no ve más allá, es lo que predomina en la etapa de ‘infancia’ de Bella. Y una gama de color va generando más matices e infinidad de posibilidades e imágenes apenas este cerebro de bebé se va desarrollando en una persona pensante y que resiste. Lanthimos refuerza lo grotesco, absurdo y brillante de su guión a través de un universo que construye deliciosamente, con contrastes marcados, con delicadezas y atisbos de modernidad.

Incluso, el vestuario de la misma Bella, que también se ve como un statement en las pasarelas actuales, desde Margiela hasta Schiaparelli, combinado con elementos reveladores, muestra su capacidad de transgresión y ese dramatismo contumaz que Lanthimos ya exhibía en piezas como ‘La favorita’.

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‘Pobres criaturas’, diría yo de los hombres, al final, que tratan de someter y poseer a alguien como Bella Baxter. Porque los perritos con cuerpo de gallina tienen a la final, más sentido de la existencia y un poco más de dignidad, así como esa mujer con cerebro de bebé indetenible, insumergible y que cual Forrest Gump en su modo Lilith se come al mundo de un solo bocado. O de una fruta en medio de las piernas.

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