Pese a ser hijo de uno de los mayores símbolos en la historia de Colo Colo, Vicente Pizarro ha sabido hacerse un camino en el fútbol con los colores del “Cacique” con absoluto mérito propio.
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Es más, su padre Jaime, capitán de aquel plantel de Colo Colo que conquistó la Copa Libertadores 1991, no ha querido determinar el destino de su hijo y, por lo mismo, incluso durante su proceso de formación tomó cierta distancia.
“De chico no tenía mucha idea de quién había sido mi papá en el fútbol. Lo vine a saber ya más de grande. Me gustaba jugar y me acuerdo que cada vez que íbamos al estadio era al Monumental. Pero mi pasión nació jugando con mis amigos en el colegio, el Bradford School”, contó “Vicho” en conversación con LUN.
En esa misma entrevista, Jaime Pizarro explicó al respecto lo siguiente: “Con todos mis hijos he sido igual: los he incentivado a que tomen sus decisiones y que elijan lo que los pueda hacer felices. Vicente eligió solo irse por el lado del fútbol y con mi señora -Loreto Durcodoy- solo le dimos las posibilidades que se le presentaron”.
“De hecho, era mi mamá la que me llevaba a los entrenamientos todos los días, no mi papá”, acotó inmediatamente Vicente.
Sobre sus inicios en el fútbol, el propio Vicente comentó que “a los nueve años, hubo una prueba en Colo Colo con un grupo pequeño y fui a ver si quedaba. Jugué y tres semanas después me llamaron para decirme que había quedado. Jugaba de puntero izquierdo o de volante por la izquierda porque soy zurdo”.
Tras quedar en las inferiores del club donde su padre es una leyenda, Vicente inició un arduo camino en el que su madre fue pilar fundamental para que pudiera compatibilizar los estudios con el deporte. “Fue pesado, pero para mi mamá, que era la que me llevaba todos los días al Monumental. Yo salía a las cuatro de la tarde del colegio -que está en Vitacura- y los entrenamientos empezaban a las cuatro y media. Mi mamá consiguió que pudiera salir diez minutos antes, me subía al auto y en el trayecto me iba comiendo una colación y cambiándome de ropa”.
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Del mismo modo, apuntó que “yo me bajaba del auto y me metía de inmediato a la cancha. Terminado el entrenamiento, de vulta a la casa, en el trayecto me iba haciendo las tareas del colegio y tratando de estudiar. Llegaba a la casa a comer y acostarme no más”.
La figura de su abuelo
Y cuando su madre no podía llevarlo a entrenar, ahí aparecía Alejandro, su abuelo materno. “Mi tata es colocolino y por eso le gustaba llevarme a los entrenamientos. También iba a los partidos en Quilín, donde se hizo amigo de los otros papás y abuelos que iban a los partidos. Compraban café, sandwichs y empanadas para vernos”, relató.
“Le costó sí ir a verme ahora jugar en el primer equipo, porque dice que se pone muy nervioso. Pero hace un tiempo fue y en el Monumental se encontró con gente que lo reconoció y que le preguntó que se había hecho. Se sintió en casa”, complementó.