Estimada “Generación Dorada”:
Cuando empezaron a jugar juntos, allá por el 2007, yo arrancaba mi carrera universitaria soñando con escribir sobre sus hazañas. Mientras yo escuchaba a los profesores en las salas de clases, ustedes hacían lo mismo con el mejor maestro posible para formarse en una cancha de fútbol, ése que de “Loco” no tiene nada y que los llevó a la élite.
Mientras yo pasaba ramos, ustedes saltaban a las grandes ligas. Sus currículum se fueron llenando de clubes importantes.
Ahí fue que los agarró ese “profe” que no es muy querido, pero que les saca partido a sus pupilos. Con ese “Sabio de Casilda” se graduaron de ídolos eternos, mientras yo rellenaba mi CV escribiendo sobre sus proezas, con la suerte de haberlos visto en vivo en esas cátedras del 2015 en el aula magna, el Nacional.
Tras despertar de ese “sueño americano” por el cual hubo que esperar un centenario, vino el declive. Los directivos les trajeron “profes” que no estuvieron a su altura y que los exprimieron hasta el cansancio, sin éxito.
A partir del 2017, me ha tocado redactar más penas que alegrías, sabiendo que se venía ese final irremediable que marca el tiempo. Con 34 años, casi los mismos que tienen varios de ustedes, nos acercamos a ese cierre que para algunos será antes y para otros después, dependiendo de las ganas que tenga cada uno de seguir remándola.
Con peleas y reconciliaciones, como en la vida de cualquiera, terminan este camino juntos. Eso sí, hablando de pelearla, como dijo otro ídolo por ahí, nada es imposible, así que quedo atento a la reunión de mañana con su historia... y con la mía.
Sin importar lo que pase, sólo me queda decirles: muchas gracias desde ya.