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Científicos logran finalmente dar con la respuesta: revelan por qué existen personas que odian los abrazos

Todos hemos conocido a alguien que no le gusta que lo toquen.

Dar la mano, el beso en la mejilla o el abrazo son tres de las más comunes formas de saludar a las personas. Básicamente todos los días hacemos algunos de estos gestos para decirle «hola» a alguien.

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Sin embargo, también existe gente que no tiene ningún interés en el contacto físico y no quieren sentir el tacto humano. Su saludo es un «hola» verbal o un gesto con la cabeza, odian los abrazos y solamente tocarían a alguien si es de su completa confianza o bajo condiciones especiales. Por ejemplo, consolar o dar apoyo a un cercano, pero usando un palito para tocarlo.

Y pese a que muchas personas pueden rechazar a los «anticontacto» debido a su forma de ser, no hay que olvidar que también existe la contraparte: la incomodidad que sienten ante la posibilidad del acercamiento de otro ser humano en su zona de privacidad y confort.

Sonreír para evitar un mal momento y soportar el abrazo, o bien dar un paso hacia atrás o al lado y ocasionar un momento extraño son las dos opciones con las que cuentan.

Esta situación eso sí no es generada con querer por estas personas, sino que tienen un trasfondo de acuerdo a una investigación dada a conocer por The Independent.

Al respecto la profesora de consejería y educación de consejeros en Northern Illinois University, Suzanne Degges-White, afirmó que la razón de este odio a abrazar proviene de los primeros años de vida.

 

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«Nuestra tendencia a participar en el contacto físico, ya sea abrazarnos, darle una palmadita en la espalda o vincular los brazos con un amigo, es a menudo un producto de nuestras experiencias de la primera infancia», aseguró la experta.

Esto concuerda con un estudio del 2012 publicado por Sage Journals, el cual también da como preponderante la formación emocional que se da en la infancia.

En ese punto, se afirma que «abrazar es un elemento importante en la educación emocional del niño», recalcándose que los menores que se criaron por personas «abrazadoras» tienen tendencia a mantener este comportamiento.

Volviendo a la investigación actual, Degges-White adjunta otras razones que suceden en los primeros años de vida que pueden determinar que los futuros adultos no quieran ser abrazados.

«En una familia que normalmente no era físicamente demostrativa, los niños pueden crecer y seguir el mismo patrón con sus propios hijos», indicó.

Eso sí, la experta concluyó finalmente que un pequeño que se crió sin sentir palmaditas de cariño, también puede vivir el proceso contrario y querer recuperar el tiempo perdido.

«Algunos niños crecen y se sienten ‘hambrientos’ de contacto y se convierten en abrazadores sociales que no pueden saludar a un amigo sin un abrazo o un toque en el hombro», remató.

 

 

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