- Analista internacional
La caída del gobierno del presidente Evo Morales es emblemática de la tensión que vive América Latina. Hace algunas décadas se decía que Bolivia era un barómetro para anticipar qué ocurriría en el resto de la región. Ello hasta que comenzaron los tres sucesivos gobiernos de Morales. Como el presidente democrático de mayor permanencia en el poder, casi 14 años, cambió el rostro social del país y representó una era de estabilidad.
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Ahora Bolivia vuelve a la incertidumbre que lo caracterizaba. El país está dividido. No sólo afloran las viejas rivalidades regionales entre el altiplano mayoritariamente indígena, donde habitan los llamados collas, y los llanos orientales, la llamada media luna por la conformación de los departamentos de Santa Cruz, Tarija, Pando y Beni. Sus moradores son denominados cambas. La pugna entre La Paz, la capital política, y Santa Cruz, el más dinámico motor económico, reflota con virulencia cada tanto. Luis Fernando Camacho, el presidente del Comité Cívico de la ciudad de Santa Cruz, caracterizado como un filo fascista, lideró el alzamiento contra Morales. La tensión étnico racial está siempre presente. El ahora depuesto vicepresidente Álvaro García Linera aludía a la “pigmentocracia” para designar a la elite blanca que, a su juicio, mantuvo un virtual apartheid desde la independencia.
Hasta cierto punto, Morales fue víctima de su éxito. Una clase media emergente indígena logró romper el centenario cerco de marginalidad. Este fenómeno es simbolizado con la aparición de los “cholets”, en el ciudad de El Alto, que son la versión chola de un chalet. Los arquitectos hablan de un diseño neoandino. En el campo político, este sector, cuyas lealtades estaban dictadas por su condición étnica, mutó para identificarse con sus intereses de avance económico y social.
El poder desgasta, incluso a líderes de gran carisma. Una de las mayores debilidades del binomio Morales-García Linera fue no asegurar un liderazgo capaz de asumir la sucesión. La renuncia y partida a México de ambos señala, en todo caso, el don político de anticipar la amenaza de un baño de sangre de haber llamado a una resistencia frente a las fuerzas armadas y la policía. Ante la coyuntura adversa, optaron por una retirada. Está por verse cómo reaccionará la sociedad boliviana regida por fuerzas que no cuentan con una mayoría ciudadana expresada en las urnas. Más allá de las acusaciones de fraude, Morales era, por bastante, el candidato más votado en las elecciones del 20 de octubre. La presidenta interina Jeanine Áñez ha prometido prontas elecciones. Ahora su gobierno deberá dar garantías para comicios libres que permitan la participación de todos los sectores. Es una interrogante si la variopinta alianza que forzó la salida de un mandatario electo será capaz de enfrentar unida los meses venideros.
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