- Obispo anglicano y ex capellán protestante de La Moneda
La ceremonia de Navidad en Punta Peuco pasó inadvertida este año, en contraste al año pasado cuando periodistas custodiaban la salida para entrevistar a emblemáticos como los sacerdotes Mariano Puga y Fernando Montes. En esa ocasión pidieron, sabia y mesuradamente, que revisáramos nuestras conciencias como nación para avanzar en nuestra reconciliación.
Igual causó polémica, porque los dolores de ambos lados son muy profundos. “¿Cómo? ¿Perdonar? ¡Y también olvidar! ¡Jamás! ¡Esto se trata de violaciones a los derechos humanos y de lesa humanidad!”. Se entiende el dolor… Por otro lado: “¿cómo esta persecución discriminatoria cuando los demás culpables están libres bajo amnistía!? ¡Y aquí ni hay procesos justos ni transparentes! ¡Aquí no hay más que venganza hacia quieres salvaron la patria del terrorismo!”. También se entiende la frustración… Por eso la ceremonia este año fue importante. No se escuchó ese mismo diálogo de sordos. Al contrario, hubo realismo y esperanza.
Como siempre, asistieron los internos, sus familiares más cercanos, algunos gendarmes que los custodian y los pastores de las iglesias católica, evangélica y anglicana que les visitan de semana en semana. “Estuve en la cárcel y me visitaron”, nos instruyó Jesús.
Con cánticos navideños, lecturas bíblicas, dos mensajes aplicados a su realidad, se llevó a cabo la sencilla liturgia. Realismo: tres familias de difuntos recientes, enfermos y de edad muy avanzada, uno diabético, en diálisis y ciego, participaron provocando gran emoción entre los oyentes. Lo que habría sorprendido a los periodistas (que sin duda estaban distraídos por la crisis en Carabineros) era el mensaje que de allí salió. No pedían una amnistía, ni el olvido, sino justicia. Es lo que piden. Esperanza. Que se les dispense a ellos lo que se otorga a todo preso en Chile y en el mundo: un justo trámite de ley, una justa aplicación de sentencia, una presunción de inocencia hasta la comprobación de su culpabilidad, una separación de motivos políticos al proceso judicial y, por último, habiendo fallado toda otra apelación, una muerte digna para enfermos y ancianos mayores. Nada que no concuerde con las normas de toda sociedad civilizada.
Los que hoy visitamos a los internos de Punta Peuco lo hacemos también por realismo y esperanza. Un deseo realista que en Chile, después de más de 40 años, hayamos aprendido, en todos los sectores del país, las duras consecuencias que trajo nuestro mal manejo de la democracia. Y uno esperanzador: que podamos enfrentar la tarea de reconciliarnos (¡sin jamás olvidar!) con madurez y altura de miras, misericordia y generosidad, por el bien de nuestros hijos, de nuestros nietos ¡y de nosotros mismos!
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