- Sacerdote y columnista. Twitter: @hugotagle
Las nuevas generaciones, los así llamados “millenials”, se están casando más tarde. Si es que se casan. Chile tiene la tasa más alta de parejas convivientes en la Ocde. Y los que regularizan su relación, son cada vez menos. Pero, paradojalmente, la idea de “formalizar” la relación se considera cada vez más. La vida es más compleja, los riesgos son mayores. Tendemos a “llevar al papel” hasta la organización de una pichanga de barrio. Tanto más se busca formalizar un proyecto como una relación de pareja que, de suyo, tendería a durar “para toda la vida”. En un tiempo de entornos inciertos, la tendencia es a protegerse, a buscar aliados seguros. Y en quien va a compartir la vida se espera algo así. Quizá las motivaciones románticas de antaño hayan desaparecido un poco. Pero el objetivo es el mismo: una relación estable y, ojalá, “para siempre”.
Los “millennials” alegan que el matrimonio igual fracasa, así es que, “para qué casarse”. Y prefieren postergar el sí definitivo. Da miedo el compromiso para toda la vida. Es un riego sin duda. ¡La gente cambia tanto! escucho repetir. La vida es un riesgo. Amar y confiar es un riesgo. Pero es la única manera de poder vivir en paz, proyectarse con tranquilidad y apostar por un proyecto común, contra viento y marea, es en un marco de incondicionalidad y estabilidad. No hay otro.
Pero, como nos encontramos en ese estadio intermedio de “sí, pero aún no”, se acuñó el término “matrimonios beta”, recordando algunos software que se actualizan y perfeccionan de acuerdo a los gustos del usuario. Dicho en buen chileno, es como la compra de las “sandías caladas”. Pero no se deje engañar, buen lector. La vida no es de prueba y menos la vida amorosa. Se vive solo una vez. El verdadero amor se entrega sin letra chica, sin papeleta de cambio. Sí, como los programas computacionales, se puede ir “actualizando”, perfeccionando. Pero ya juntos, “reinventando” el amor acuñado por ambos.
Algunos afirman: “El mero hecho de que haya una fecha de caducidad para la relación haría que las parejas tengan que plantearse los posibles escenarios de ruptura cuando están en buenos términos, en lugar de cuando se están tirando los trastos a la cabeza”. Pero no es así. De saber que la relación termina, el trato será algo artificioso y, sobre todo, receloso. Ninguno de los dos daría “todo de sí” en una relación condicional, sabiendo que ella termina. Siempre serán dos extraños bajo un mismo techo.
La vida de fe es un buen seguro y aliado. Matrimonios que tienen una base religiosa, son más felices. Las estadísticas en esto no mienten. Y matrimonios felices son la base de una sociedad sana. Buena parte de los problemas adolescentes, violencia en los colegios, tiene su raíz aquí, en familias y matrimonios desestructurados, ausentes, un verdadero anti ejemplo. La mejor escuela para los hijos será matrimonios estables, unidos, sólidos. Buenos yuntas. Paradojalmente, el proponerse “ser feliz” y “hacer feliz al otro”, es de los mejores servicios sociales.
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