- Analista internacional
Se ha dicho que Arabia Saudita es un país atendido por sus propios dueños. Ello, porque el poder político, económico y militar está concentrado en las manos de miembros de la familia real. Esto era así hasta la semana pasada, cuando en un golpe de palacio el príncipe Mohammed bin Salman, hijo del octogenario monarca, lanzó una masiva redada de arrestos. Entre los detenidos, acusados de corrupción, figuran Miteb bin Abdullá, comandante de la Guardia Nacional, una fuerza de cien mil efectivos que actúa como la guardia pretoriana del régimen. También está Waleed bin Talal, uno de los hombres más ricos del reino. Hasta ahora, se sabe del arresto de once príncipes y cientos de altos funcionarios.
El hecho tuvo impacto mundial: el barril de petróleo subió ante los temores que la ofensiva del príncipe Mohammed bin Salman (MBS, por sus iniciales) puede desestabilizar al reino que es uno de los principales abastecedores de crudo al mercado internacional. Hasta ahora el país mantenía un delicado balance entre las principales tribus sauditas. Ahora MBS y sus seguidores controlan el vasto aparataje de defensa y seguridad.
Desde su llegada al poder, MBS no sólo ha concentrado poder sino que lo ha utilizado. En 2015 asumió como ministro de Defensa y casi de inmediato lanzó una ofensiva militar contra Yemen. Una operación militar destinada a desbancar a los hutíes que combaten contra los saudíes desde 2004 en varios episodios. Más que un problema religioso la monarquía saudí ve en ellos y otros chiítas la mayor amenaza para su trono. De hecho, en 2011 despachó tropas a Bahrein para sofocar un alzamiento de la mayoría chií. Riad ha reemplazado a Egipto como el líder del mundo árabe y del islamismo sunita y, por lo mismo, se erige como la barrera a la expansión de la influencia chií propugnada por Irán.
En lo que toca a Yemen, las operaciones saudíes están estancadas y han causado unos diez mil muertos, 42 mil heridos y tres millones de desplazados. 70 por ciento de la población requiere ayuda alimenticia.
Siempre en la vena de confortación con Irán, Riad lideró, en junio, la imposición de un severo bloqueo territorial y aéreo a Catar por sus estrechas relaciones con Teherán y el respaldo a grupos catalogados como terroristas. Todo indica, sin embargo, que el bloqueo no consiguió un cambio de política catarí.
Coincidiendo con la noche de los cuchillos largos en Riad, el primer ministro libanés, Saad Hariri, de visita en Arabia Saudita, renunció al cargo. Agravaba así el conflicto con la organización político militar chiíta Hezbolá que contrala el sur de Líbano. Para agravar las cosas, un misil estalló en las proximidades del aeropuerto de Riad. Arabia Saudita denunció que el ingenio, lanzado desde Yemen, fue fabricado por Irán y operado por militantes de Hezbolá, concluyendo que ello constituía “un acto de guerra”.
Está a la vista que el ambicioso príncipe MBS ha sido proactivo en abrir frentes y generar conflictos, pero no en superarlos. Sus faraónicos planes contemplan la construcción de una enorme ciudad, Neom, que costará 500 mil millones de dólares. Muchos estiman que no pasará de ser un espejismo, al igual que obtener victorias militares.
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