- Gerente general de Fundación Portas
Estamos ya en septiembre, el mes de la patria, de nuestra independencia. Durante este tiempo renace el alma de los chilenos que estuvo hibernando en los crudos meses de invierno. Son días donde calienta más el sol, todos esperamos con ansias el fin de semana largo para disfrutar con los amigos y la familia de un buen asado; aparece la tradición volantinera y las fondas reciben a viejos y jóvenes para bailar tres pies de cueca.
Para los estudiantes que salen de cuarto medio, septiembre es el comienzo del último trimestre que van a estar en su colegio y para los que ya están en la educación superior, deben enfocarse en sus estudios para terminar con buenas notas y no quedarse con ramos para el próximo año. En definitiva, septiembre es un mes de transición, especialmente para todos los jóvenes que se están preparando para dar la PSU, y así poder estudiar la carrera de sus sueños. Hoy, llegar a la educación superior ya no es el privilegio de algunos, sino que un derecho, es la posibilidad de romper con el círculo de pobreza para una gran mayoría de jóvenes y es la promesa de una mejor vida para ellos y su familia.
¿Por qué la educación es tan relevante para un país y una sociedad? A mi juicio, la educación es necesaria y relevante en varios sentidos; la necesitamos para mejorar nuestro bienestar social, genera movilidad social, con educación se puede acceder a mejores oportunidades de trabajo y la población eleva su nivel cultural. Según estudios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), un año adicional de escolaridad incrementa el PIB per cápita de una nación entre 4 y 7%. Entonces, la educación construye sociedades justas y equitativas y una población libre porque como dijo el autor estadounidense Jonathan Hennessey: la ignorancia es el peor enemigo de un pueblo que quiere ser libre.
Las políticas públicas que hoy se discuten y de a poco se han implementado en el país, como por ejemplo, derecho a la gratuidad en la educación superior, quieren lograr que el espacio donde los futuros profesionales de Chile se estén formando se convierta en un área más justa, porque la justicia social y la educación deben ir precisamente de la mano en contextos sociales como el nuestro.
Gracias a la gratuidad, miles de jóvenes que históricamente fueron excluidos por su situación socioeconómica del sistema de educación superior, sobre todo del universitario, lograron incorporarse a éste. Se abrieron oportunidades de financiamiento a estudiantes que antes no hubiesen podido costear los aranceles por su condición socioeconómica, y además han surgido diversos programas de inclusión social con diferentes enfoques, pero todos orientados hacia la misma problemática: que es apoyar a aquellos estudiantes que han crecido en un mundo de desigualdades, y éstas han impactado negativamente en su trayectoria educativa y en su inclusión en el espacio universitario.
Durante este mes muchos compatriotas celebraremos con chicha y empanadas el inicio de la primavera y el mes de las tradiciones chilenas y un gran número de jóvenes de contextos vulnerables podrá celebrar que el sueño de convertirse en el primer profesional de su familia hoy está más cerca que antes.
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