- Profesora
De acuerdo a la última encuesta Adimark en los últimos dos años la evaluación pública de los diputados y senadores es inferior a 20%, ahora incluso se encuentra por debajo de 10%. En tanto, su aprobación apenas alcanza un 9% en ambas ramas. En este ambiente de permanente desprestigio y desconfianza hacia los políticos, no sólo resulta muy fácil y hasta popular hablar mal de ellos, sino que, además, los errores o abusos cometidos por algunos de ellos son considerados como prácticas habituales y generalizadas en la política.
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Devolverle a la ciudadanía la confianza en sus políticos debe ser una de las tareas más difíciles y urgentes del momento actual. Difícil, porque a las malas prácticas de algunos políticos y a la indiferencia de otros tantos, se suman diversos prejuicios y la inexplicable ausencia de una agenda del Congreso con medidas a favor de mayor austeridad, transparencia y probidad que revaloren la política. Y urgente, porque el Poder Legislativo es un órgano esencial para el buen funcionamiento de la democracia y de las instituciones de nuestro país.
Tengo la convicción de que la mayoría de nuestros diputados y senadores son chilenos con genuina vocación de servicio público y que son unos pocos los que enlodan la política abusando de sus poderes y privilegios. No obstante, la conducta de estos pocos ha causado un enorme daño al prestigio del Congreso, tal vez, porque como decía el gran Martin Luther King, «lo preocupante no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos».
Se abusa del poder y se enloda la política cuando se utiliza el fuero parlamentario y la tribuna pública para injuriar a otras personas o instituciones. Se abusa del poder cuando se emplean los recursos públicos para beneficio individual. Se abusa del poder cuando se utiliza para mantener y aumentar privilegios exorbitantes. Y también se abusa del poder y se enloda la política cuando se crea una Comisión Investigadora o se entabla una querella sin fundamentos (usando y malgastando recursos de otros poderes del Estado) para atacar la honra de la familia del adversario en lugar de debatir con él, frente a frente y a cara descubierta, en el plano de las ideas.
Sé que ser familiar de un político y candidato presidencial implica una mayor exposición y escrutinio por parte de la prensa y de la ciudadanía.
También sé que en tiempos de campaña electoral y en la era de la posverdad las imputaciones falsas, los rumores y las condenas fáciles se extienden por las redes sociales mucho más rápido que la verdad de los hechos reales.
Sin embargo, lo que no puede aceptarse como legítimo, ni política ni moralmente, es la estrategia de manipulación de los poderes públicos encaminada a obtener ventajas individuales o de grupo. Menos aún cuando esa estrategia consiste en atacar al adversario arremetiendo injustamente contra su familia. El fin jamás justifica los medios y eso también vale para la política en tiempos de campaña.
A pesar de todo, hay que salvar la política de los malos políticos, compitiendo lealmente, debatiendo con ideas, respetando al adversario, dialogando con amistad cívica, anteponiendo el bien común y, por sobre todo -nuevamente cito a Luther King- recordando siempre que «tu verdad aumentará en la medida que sepas escuchar la verdad de los otros”.
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