La mayoría de los 33 mineros chilenos que hace una década permanecieron atrapados durante 69 días a 700 metros de profundidad afirma que muchos ganaron dinero a expensas de su drama aunque ellos siguen a la espera de una indemnización del Estado.
Jimmy Sánchez, 29 años, dijo el miércoles a The Associated Press que “nosotros no ganamos nada” y que siguen “psicológicamente con secuelas”. Agregó que “han pasado 10 años y yo recién estoy asimilando todo lo que viví, quizá porque era muy joven o quizás porque llevaba cuatro meses trabajando en la mina”.
El inédito rescate de los mineros fue visto por millones de personas alrededor del mundo. Tras su odisea se convirtieron en héroes y fueron invitados a programas de televisión en Chile y el extranjero, recorrieron países de Europa, América y Medio Oriente, pero después del paso de unos años sólo se les recordaba para el aniversario de la tragedia: el 5 de agosto de 2010.
Sánchez agregó que diez años después se siente “más maduro, tengo mi familia. Me di cuenta de la tragedia que pasamos, y digo que no ganamos nada porque personalmente yo no he recibido nada”. Vive de una pensión que reciben los 33 mineros y es equivalente a un poco más de 400 mil pesos.
Los mineros ganaron hace un par de años una demanda por indemnización contra el Estado chileno, cada uno recibiría unos 77 millones de pesos, pero el Consejo de Defensa del Estado apeló y la pandemia pospuso el proceso judicial.
“No me di cuenta realmente lo que valía mi historia. Yo vivo con mis papás en Copiapó porque no me alcanza para poder costearme una casa y vivo con mi señora, mi hijo, mi papá, mi mamá, mi hermano y en la casa de mi padre”, relató Sánchez.
Otro miembro de los 33, Omar Reygadas, de 67 años, no vive mejor. Él y uno de sus compañeros de encierro, Franklin Lobos, trabajaban trasladando vehículos de una ciudad a otra. “Con esto de la pandemia quedamos cesantes, estamos parados, no recibimos dinero porque trabajamos como externos. Ahora sobrevivimos con la pensión, nada más”.
Los dueños de la mina San José, a 30 kilómetros de Copiapó, 800 kilómetros al norte de Santiago, no pagaron ni un peso a los mineros porque otro juicio no encontró antecedentes suficientes para demandarlos por el derrumbe que afectó para siempre sus vidas. Todos recibieron atención psicológica, pero no pocos se despiertan hasta ahora asustados y nerviosos por la noche.
Los 33 lograron ponerse a salvo del derrumbe en un refugio en el fondo del socavón que sólo tenía algunas conservas de pescado, galletas añejas y unos litros de leche. Tras quedar atrapados, racionaron al máximo porque tenían las esperanza de que serían rescatados aunque no había ninguna comunicación con el exterior.
La presión de sus familiares, que desde el comienzo se instalaron a unos metros de la boca de la mina, en lo que se convirtió en una verdadera ciudadela, obligó al gobierno de Sebastián Piñera, en su primera gestión 2010-2014, a intensificar la búsqueda que había cesado poco después de su inicio.
Varias sondas se introducían a diario en la tierra del desierto de Atacama, el más árido del mundo, hasta que 17 días después de la tragedia uno de los fierros regresó a la superficie con una hoja de papel en la que se leía: “Estamos bien en el refugio los 33”.
De esos primeros 17 días bajo tierra Sánchez recuerda que “fueron días de mucha angustia al no saber si nos iban a encontrar”.
Tuvieron que esperar hasta el 12 de octubre de 2010 para que una cápsula especial para descender por un estrecho túnel cavado en las cercanías de la boca del socavón los trajo de regreso a la superficie.
Tras la fama que obtuvieron se filmó la película Los 33, protagonizada por Antonio Banderas y Juliette Binoche, y se escribió un libro.
Los mineros afirman que fueron engañados por los abogados que negociaron la realización de la película y del libro, lo que los llevó a ceder los derechos sobre su historia.