Más de 34 toneladas de peso hacen que el Hercules C-130 sea comparado por muchos como una mole con alas. Esa característica, sin embargo, no implica que las fortalezas no puedan siniestrarse, como ocurrió con con el avión de la Fuerza Aérea que se extravió en el Mar de Drake este lunes.
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El avión es uno de los preferidos en todas las fuerzas armadas del mundo, por sus dimensiones y capacidad de actuar bajo las condiciones más exigentes, gracias a sus cuatro motores con hélices.
En el papel, la aeronave es capaz de soportar 20 toneladas de carga, transportar a 92 pasajeros y llevar un tanque, si fuera necesario. Mide unos 30 metros de largo, 11,6 metros de alto y 40 de ancho, entre ala y ala. Además, debido a su peso, su velocidad máxima es de 600 kilómetros por hora, y no los mil que consiguen los aviones comerciales tradicionales.
Esas características lo hacen la «aeronave ideal» para los destinos extremos, incluso si hay vidas de mandatarios en juego. Lo sabe el propio Presidente Sebastián Piñera, que cuando anunció la remodelación de las bases chilenas en la Antártica el 12 de enero de este año, viajó en el mismo Hercules -matrícula 990-, y la misma ruta entre Punta Arenas y la Base Frei, que los 38 tripulantes hasta ahora desaparecidos.
Fuselaje
La nave en cuestión es vieja. La empresa que construye los Hercules, Lockheed Martin, la entregó en 1978 a la Fuerza Aérea de EE.UU. Tras eso pasó al cuerpo de Marines, y dejó de prestar servicios en 2008. Cuatro años después, Chile compró el avión en 7 millones de dólares, pero no fue sino hasta abril de 2015, luego de reacondicionarlo, que comenzó a surcar cielos chilenos.
La pregunta es, ¿cómo una fortaleza con alas hecha para las condiciones más extremas puede desaparecer en medio del océano antártico?
El contacto radial entre la cabina del avión y la torre de control en Punta Arenas duró poco más de una hora. Luego, silencio total de los pilotos. Se calcula que al Hercules le faltaban unos 400 kilómetros para llegar a la Isla Rey Jorge, pista que debía tocar a las 19.17 horas. La autonomía es de 3.800 kilómetros, por lo que tenía combustible para volar hasta las 00.40 de ayer. Por desgracia, jamás llegó a alguna pista.
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Existen dos posibilidades: que el avión amarizara y la tripulación dispusiera de los cuatro botes con que cuenta el Hercules, o que se haya precipitado directo al Mar de Drake, las aguas más tormentosas del planeta.
Eduardo Santos, ingeniero civil de estructuras y avezado analista de defensa, señala que la posibilidad del amerizaje es demasiado baja. «El lugar más difícil del mundo es el Mar de Drake, sería el milagro de los milagros en la aviación», señala el experto.
Según sus años de trayectoria, Santos afirma que el abrupto silencio de los pilotos hace poco probable que hayan fallado algunas turbinas. «Esa aeronave puede volar con la mitad de sus motores, y si así fuera (que fallaron), habrían tenido tiempo para el ‘may day’ o activar la baliza», indica.
Su teoría va por el lado de «una falla de estructura». «Lo normal en este tipo de accidentes es que fallan los estabilizadores, tanto los de cola como las alas. Las superficies horizontales o alerón en el ala principal», opina. Si es el caso, para el experto habría un solo culpable: «sería un problema grave de mantenimiento de la Fuerza Aérea, no queda otra», enfatiza.
Santos recuerda que hace 8 años el fabricante de los Hercules emitió una alerta por las tuercas que sujetan a los pernos de las alas. «Ambas van unidas al fuselaje con 15 pernos y en ese momento el fabricante alertó que si había más de 6 pernos agrietados -que no se ven a simple vista-, ese avión corría serio riesgo de perder un ala en vuelo».
Desprendimientos graves de fuselaje ya han ocurrido con el C-130. En California, en 2002, el mismo modelo adaptado para combatir incendios forestales dio la vuelta al mundo luego de que perdiera ambas alas frente a las cámaras de televisión. Tras eso, cayó precipitado a un bosque y sus tres tripulantes murieron.
«El avión no tiene por qué ser malo si es antiguo, pero necesitan estrictas pautas de mantenimiento. Si no se respetan, pueden pasar cosas graves (…) Para mí fue una falla estructural. Perdió sustento y cayó como una piedra», indica el experto en defensa.
«Yo viajé en un Hercules a la Antártica»
Los viajes de las Fuerzas Armadas al continente blanco son habituales. Y no sólo para labores de soberanía, ya que la propia Fach es la encargada de trasladar a los científicos que realizan misiones de investigación durante los veranos, y otros particulares.
El reconocido sociólogo, periodista y analista internacional, Raúl Sohr, está en la selecta lista de los no militares ni científicos que realizaron la travesía. «Yo viajé en un Hercules a la Antártica. Si mal no recuerdo, fue hace diez años», rememora.
La sensación de viajar en un C-130 es distinta a la de un avión comercial. Para el periodista, se asemeja más a ir atrás de un camión. «Las condiciones climáticas son muy complejas. Varía demasiado: puede haber una tormenta, en algún momento sale el sol, después vienen vientos de mucha intensidad, los mismos que se experimentan en Punta Arenas. Lo mismo con el aterrizaje. Hay un grado muy grande de imprevisibilidad», sostiene.
Sin embargo, para Sohr la seguridad de un Hercules es incuestionable. «Yo diría que es el avión favorito de las fuerzas aéreas occidentales. Es el caballo de trabajo, el tractor del aire. Por lo mismo lo someten a exigencias infinitamente superiores a los aviones civiles. Es un avión sólido e increíblemente seguro», dice.
La otra tragedia de un C-130 en el continente blanco
Según los registros del Aviation Safety Network, sitio que recopila los accidentes aéreos en todo el mundo, desde 1954 a la fecha han ocurrido 325 colisiones graves (239 de ellas accidentes) que involucran a los Hercules C-130, dejando 3007 víctimas fatales.
Si bien la cifra es alta, hay que sopesar que la aeronave es una de las más populares en el mundo, y que se expone a las condiciones más adversas.
Como sea, los mismos registros cuentan dos accidentes que involucran al mismo avión y la Antártica. El primero ocurrió en 1971: un C-130 despegó desde Nueva Zelanda hacia la base norteamericana antártica. Al aterrizar, y por la poca visibilidad, la aeronave golpeó un banco de nieve y destruyó una de sus alas, que terminó afectando al motor y provocando un incendio. Eso sí, no hubo fallecidos.
No corrió con la misma suerte el Hercules que llegó en 1987, pilotado por la Marina estadounidense, para llevar los suministros para reparar el avión siniestrado en 1971. Por la poca visibilidad, la nave no logró aterrizar en la pista y se precipitó a kilómetro y medio de su destino. 2 de los 11 ocupantes murieron.