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No todo era guerra fría a bordo del Apolo 11: la bandera soviética que los norteamericanos llevaron a la Luna y luego entregaron a Moscú

Como parte de la misión diplomática, el Eagle llevó una serie de banderas de países aliados, entre ellos Chile. La única que salió del molde fue la soviética, su archirrival, y que personalmente llevaron a Moscú.

No hay mayor símbolo en la coronación de la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que la llegada del primer hombre a la Luna. El hito que consiguió la misión Apolo 11 en 1969, por parte de los norteamericanos, se recuerda a lo largo de la historia como la evidencia de la supremacía tecnológica de la potencia occidental en esa época. Lo que pocos conocen, sin embargo, son los gestos de aprecio entre ambos.

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De eso sabe bien Klaus von Storch, miembro de la Asociación Chilena del Espacio (Achide) y único chileno aspirante a astronauta considerado por la Nasa para volar al espacio. El osornino está por estos días en Rusia, y visitó tanto el museo cosmonáutico de Rusia, como el Skolkovo, conocido como el «Silicon Valley ruso».

El piloto de combate e ingeniero espacial, aprovecha que un día como hoy, hace 50 años, el habitáculo del Apolo 11 amarizó en el Océano Pacífico, para rememorar lo que pasó desapercibido de la difícil misión: el «trozo de la Unión Soviética» que sí llegó a alunizar.

La bandera llegó a Moscú un año después del amarizaje del Apolo 11.

Y es que pocos manejan el antecedente de que al alunizar el módulo Eagle en el Mar de la Tranquilidad, había otra bandera además de la estadounidense, sino que el martillo, garfio y estrella en fondo rojo de su archirrival.

«Lo que me sorprendió, ahora que lo vi en Moscú, es que acá está una bandera que fue llevada en el Apolo 11 por la tripulación. A pesar de que existía la Guerra Fría, los norteamericanos llevaron la bandera de la Unión Soviética, se la entregaron después a los soviétivos y ellos, a pesar de que probablemente les dolió en el alma, la guardaron con una tremenda decencia», relata von Storch desde Rusia.

En efecto, la bandera fue parte de un gesto diplomático de la Nasa hacia la Agencia Espacial Soviética, quienes, de hecho, se adelantaron en poner al primer satélite y ser humano en el espacio. Eso, porque fueron varias las banderas que llegaron al espacio en el Eagle, incluida la chilena, pero la mayoría eran aliados y no un enemigo profeso como la URSS.

Fue en mayo de 1970 cuando Armstrong viajó personalmente a Leningrado y luego Moscú para entregar la única bandera soviética que hasta ahora llego en una misión tripulada a la Luna. Eso, además de una cápsula con muestras de la superficie lunar.

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«Más allá de las disputas, hoy la tienen (la bandera) en un sitio de importancia en el museo, incluso junto al traje espacial de Michael Collins», cuenta von Storch.

La de Chile, por su parte, llegó en febrero de 1970 y está en la Casa Museo Eduardo Frei Montalva, posada junto a una base de madera y acrílico similar a la soviética.

La bandera chilena que viajó en el Apolo 11.

 

 

Fe

La vida del osornino siempre estuvo ligada al espacio. Nació el 20 de julio de 1962,  mismo día en que el astronauta John Glenn fue el primer norteamericano en volar al espacio. Junto con eso, coleccionó desde pequeño junto a su padre los parches de las misiones espaciales gracias a una tía que vivía en Estados Unidos, además de una fotografía de los tripulantes del Apolo 11.

Klaus, piloto por estos días de la aerolínea SKY, está en Rusia porque continúa, de una u otra forma, con su anhelo espacial. Una de las cosas que más añora es que Chile cree pronto su propia agencia espacial. Y no es porque sí, ya que ese fue el gran motivo, dice él, para no haber volado ya al espacio.

Klaus junto al monumento de Yuri Gagarin, en Skolkovo.

«Fueron dos veces que pude ir al espacio y podría decirse que tres, tiradas para cuatro», cuenta Klaus. En efecto, por allá por 1992 el piloto se fue a estudiar a Estados Unidos ingeniería espacial, apoyado por la Fuerza Aérea.

«La barrera burocrática, cuando no se tienen los organismos debidos, cuesta mucho que se puedan dar los pasos con la velocidad que corresponde», dice el piloto. Y con razón: von Storch estuvo listo para viajar dos veces a la Estación Espacial Internacional: primero para un experimento biomédico de la Nasa, y luego como tripulante del Roscosmos (agencia espacial rusa).

«La NASA me dijo: ‘Klaus, tú vas a ir como astronauta y vas a llevar el experimento’. Hubo que hacer una serie de gestiones administrativas y obviamente fuimos lentos, el país no tenía la estructura». De hecho, lo único que faltó fue que llegara una carta presidencial para formalizar ese proyecto. Y se hizo, pero llegó cuando el experimento ya se había desechado. Su segundo vuelo espacial, un par de años más tarde, también se frustró por temas administrativos.

Pese a eso, von Storch, de 57 años, aún sueña con llegar al espacio. «Ahora el escenario es distinto al de hace décadas atrás. Antes sólo teníamos a un par de agencias espaciales fuertes, pero ahora toman fuerza los viajes privados», se ilusiona.

 

 

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