La noche del próximo lunes se cumplirán 30 años de la represión del Gobierno chino a los manifestantes de instalados en la Plaza de Tiananmén que dejó, según versiones de la inteligencia británica, alrededor de diez mil muertos.
La protesta, que partió a mediados de abril de 1989 en Beijing, fue liderada por estudiantes e intelectuales, y pedía reducir la corrupción y reformas políticas que abrieran la puerta a la democracia en la dictadura del partido único, pero la mano de hierro del Ejecutivo fue más firme que nunca y el 3 de junio dio la orden de arrasar con los manifestantes.
El ejército mandó 27 vehículos blindados que dispararon contra la multitud. El embajador británico de entonces, Alan Donald, ha dicho que «los estudiantes habían recibido la información de que tenían orden de abandonar la plaza, pero los acorazados atacaron sólo cinco minutos después de que supieran. Los arrollaron una y otra vez hasta que hicieron un pastel de carne con ellos. Los restos fueron recogidos por una excavadora, incinerados y tirados por el desagüe».
El 5 de junio la masacre continuaba y un anónimo personaje, que pasó a la historia como el «hombre del tanque», se plantó frente a una caravana de acorazados para impedir que continuara la represión, y les bloqueó el camino completamente desarmado. Los tanques no pasaron y del valiente estudiante nunca más se supo.
Represión
Para este aniversario el Gobierno chino ha aumentado la represión, y vigila en forma especial a varios activistas en vísperas del trigésimo aniversario de la masacre.
“Hemos documentado un número de casos que afectan a diez personas detenidas, o que han desaparecido, relacionadas con el aniversario”, aseguró la organización Defensores Chinos de los Derechos Humanos.
«El Gobierno chino ha hecho descarrilar de manera sistemática el ejercicio de los derechos de los ciudadanos a la libertad de expresión, información, prensa, reunión pacífica y asociación para debatir o conmemorar u obtener información sobre el movimiento de 1989 y la masacre de Tiananmén», agregó la organización.
Además hoy en día la plaza está plagada de cámaras de seguridad, para prevenir cualquier posibilidad de protesta, en el marco del proyecto de vigilancia “ojo de lince”, que los opositores califican de “omnipresente”.
A pesar que los occidentales consideran que todos los chinos son muy parecidos, muchas cámaras tienen reconocimiento facial, así que los organismos de seguridad pueden ir a buscar a su casa tranquilamente a alguien que haya realizado algo que moleste al Gobierno.