Tras haberle asestado a la izquierda su mayor derrota electoral en casi dos décadas, Bolsonaro asumió la presidencia de Brasil con el compromiso de producir cambios profundos en un país golpeado por la mayor crisis económica de su historia, la corrupción generalizada y una violencia creciente.
El 1 de enero, cuando Bolsonaro llegó al Palacio del Planalto, muchos vieron en él a un hombre ajeno a la política que sacaría rápidamente a Brasil de su recesión y quien con su plan de liberación de armas para la población civil traería más seguridad a las calles. Ahora, el escenario para el ex capitán del ejército ha cambiado.
En estos meses, el mandatario ha acumulado un puñado de acciones por presumir, entre ellas, haber impulsado una reforma a la seguridad social, una propuesta de ley empujada por el famoso juez del Lava Jato -Sergio Moro- para luchar contra el crimen organizado y la violencia y la privatización de una decena puertos y aeropuertos.
Sin embargo, para muchos su imagen también se ha deteriorado y, mientras algunos analistas consideran que se trata de un gobierno paralizado, varios escándalos de corrupción salpican a su familia y al Partido Social Liberal (PSL), que lo catapultó a la presidencia.
Durante 27 años en el Congreso, Bolsonaro fue conocido por sus discursos inflamados pero presentó sólo dos proyectos que se convirtieron en ley.
“Este gobierno se caracteriza por una fuerte retórica que no es necesariamente apoyada por acciones en la misma dirección”, dijo Renato Flores, analista del grupo de expertos Fundación Getulio Vargas con sede en Rio de Janeiro.
Algunos partidarios del presidente ahora se preocupan por el papel que les da a sus hijos Carlos, Eduardo y Flavio. Las críticas de Carlos ayudaron a impulsar la renuncia del ayudante y abogado de Bolsonaro, Gustavo Bebianno. Eduardo alarmó a algunos al tuitear que el presidente solo necesitaría “un soldado y un cabo” para tratar con el Tribunal Supremo.
El gabinete de Bolsonaro parece estar dividido en cuatro facciones: los militares, con ocho de los 22 ministerios; los conservadores evangélicos, que controlan la agenda de derechos humanos del gobierno; un ala moderada que supervisa los Ministerios de Economía y Justicia y un grupo de fanáticos antiglobalización de Olavo de Carvalho, un escritor brasileño de extrema derecha que vive en Estados Unidos.
La gente también parece inquieta. La consultora Datafolha informó el domingo que el índice de aprobación de Bolsonaro se ha reducido a 32%, el más bajo para cualquier presidente en su primer mandato en Brasil, aunque todavía muy por encima del índice de aprobación de un solo dígito que su antecesor, Michel Temer, tenía al final de su gestión.
Datafolha entrevistó a 2.086 personas los días 2 y 3 de abril y reportó un margen de error de dos puntos porcentuales.
Bolsonaro dijo que al completar los primeros 100 días su gobierno habría cumplido “95% de las metas planteadas” para las primeras semanas de gestión, pero hasta ahora no ha generado impactos significativos en la economía y tensó la relación con las fuerzas opositoras en el Congreso -vital para el avance y la aprobación de reformas- al asegurar que no “compraría su apoyo con cargos en el gobierno”.
Entre sus decisiones más controvertidas y recientes destaca la preparación de festejos para celebrar el aniversario del golpe de Estado que dio paso a la última dictadura militar brasileña (1964-1985), proceso que Bolsonaro se niega a calificar como tal. El gobierno redobló la apuesta y anunció que impulsará una revisión del golpe en los libros escolares.
Carlos Melo, politólogo y profesor del Instituto Insper en Sao Paulo, opinó que la administración de Bolsonaro está detenida. “No podemos ver un plan apropiado para que la economía crezca y Bolsonaro está perdiendo el momentum que todos los presidentes tienen en sus primeros seis meses”.
Las dificultades del presidente brasileño para imponer su agenda en el Congreso se hicieron palpables en las primeras semanas. Todavía se mantiene estancado el trámite para tratar la reforma previsional que apunta a subir las edades mínimas para jubilarse, considerada prioritaria para disminuir el déficit.
En el frente económico, la nueva administración aún no tuvo buenas noticias para dar. Ante la aparición del nuevo índice de desempleo que mostró una suba en el primer trimestre, Bolsonaro esquivó abordar las causas y se enfocó en criticar el método por el cual se mide la desocupación.
Brasil mantiene una tasa de desempleo de 12,4%, de acuerdo con el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IGBE), y el desaliento llegó a un nivel récord: unas 4,9 millones de personas desocupadas dejaron de buscar trabajo desanimadas por no haberlo encontrado.
El economista Andre Perfeito cree que la eventual aprobación de una reforma jubilatoria no alcanzará para levantar la economía en un corto plazo. “Traería una situación fiscal confortable para el gobierno, pero el efecto en el corto plazo es de menor demanda”, dijo.
El IGBE recortó la previsión de crecimiento económico de 2,7% a 2% para 2019.
Por otra parte, los primeros movimientos en política exterior de Bolsonaro significaron un giro, al menos retórico. Brasil pasó de su histórico perfil de relaciones multilaterales a un acercamiento marcado con países conducidos por líderes de derecha: el presidente estadounidense Donald Trump y el premier israelí Benjamin Netanyahu fueron los anfitriones de lujo de Bolsonaro en sus primeros dos grandes viajes al exterior.
Y así, su gobierno decidió no entablar puentes con su mayor socio comercial: China.
Pese a esos primeros movimientos, Flores consideró que el pragmatismo se impondrá en el manejo de las relaciones exteriores. “No creo que la ideología se convierta en guía. El Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño tiene una tradición secular de apertura a todas las naciones y de acompañamiento de la línea global de Naciones Unidas que es muy difícil que sea alterada rápidamente”.
Esa aparente calma con la que el mandatario brasileño ha navegado en el exterior no necesariamente se replica en su país.
En estos meses se jactó de no haber sido blanco de ninguna denuncia por corrupción en sus 28 años como diputado federal, pero rápidamente su familia y el PSL le trajeron dolores de cabeza que pusieron signos de interrogación sobre el alcance que tendría su tolerancia cero a prácticas corruptas.
El hombre alguna vez fue aclamado como un héroe contra la corrupción por sus partidarios se enfrenta a sospechas que alcanzan a algunos familiares.
Según las autoridades reguladoras su hijo Flavio, quien también es senador, recibió 48 pagos sospechosos por un total de aproximadamente 25.000 dólares en un solo mes de parte de su ex conductor Fabricio Queiroz, quien también realizó un pago a la primera dama Michelle Bolsonaro de aproximadamente 5.500 dólares. Todos los involucrados niegan cualquier delito. Una investigación está en curso.
Un ex asesor del senador Flavio Bolsonaro, hijo del presidente, quedó en la mira de la justicia por movimientos sospechosos de dinero en su cuenta bancaria por 320.000 dólares, mientras que el actual ministro de Turismo fue denunciado por haber montado presuntamente un esquema de candidaturas “falsas” en la campaña electoral para desviar fondos públicos.
Sin embargo, ninguna de estas dificultades hizo cambiar de opinión a sus seguidores, como la peluquera Roberta Duarte, de 60 años, que asegura que Bolsonaro “está haciendo lo que prometió”.
“Está poniendo la casa en orden, luchando contra el crimen y la violencia”, dijo Duarte, quien vive en un violento barrio del sur de Sao Paulo. “La violencia era tan fuerte que nadie podía salir en la noche. Poco a poco, las cosas están mejorando.”
Otros, como Lucas Batista, un estudiante de periodismo de 18 años, miran los primeros 100 días de gobierno con preocupación.
“Es un autoritario que cree que es el único capaz de resolver los problemas”, dijo Batista. “Temo que Bolsonaro y sus seguidores quieran reintroducir un régimen militar”.