sParece algo simple e irrelevante, pero mejorar una pequeña fracción del combustible que usan los cohetes de propulsión que viajan al espacio, podría hacer la diferencia de varias semanas en un viaje que se adentrará en más de 57 millones de kilómetros hacia otro planeta.
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Eso es en lo que trabaja un grupo de chilenos del Centro de Nanotecnología Aplicada de la Universidad Mayor, quienes, financiados por el Ejército de Estados Unidos, trabajan en el aditivo del combustible que deberían usar las nuevas naves y cohetes que surcan el espacio.
«A lo que apuntamos es que, a través del uso de este catalizador, vamos a poder liberar energía, mucho más, y el cohete se va a mover más rápido. En el fondo, buscamos llegar más lejos y a mayor impulso con el mismo combustible», explica la doctora María Belén Camarada, directora del Centro de Nanotecnología Aplicada.
Uno pensaría que los cohetes espaciales se propulsan gracias a combustible líquido, parecido a cualquier nave o vehículo en la atmósfera y superficie terrestre, pero no. Al ser demasiado inestables y sabiendo que una nave espacial requiere una potencia energética de alto calibre, el líquido no es opción.
«Nosotros estamos apuntando al desarrollo y la mejora de los combustibles que son sólidos, porque son mucho más estables», afirma la experta en nanotecnología. Ella explica que los estanques espaciales usan perclorato de amonio, sustancia que explota fácilmente, libera mucha energía y que en aspecto es idéntica a la sal de mesa. Esa sustancia se mezcla junto a un aditivo líquido de poliuretano y se solidifica para crear el cartucho que alimenta a la nave.
La meta
Los chilenos llevan seis meses financiados por Estados Unidos y en agosto presentarán sus avances en territorio norteamericano. ¿Su misión? mejorar el aditivo que acompaña a la «sal» de los cohetes para que expulsen más energía y en menor tiempo. «Trabajamos con nanopartículas de diferentes metales: por ejemplo el cobre y derivados del grafeno. Son materiales súper conductores, que aceleran las reacciones que se producen de la descomposición del combustible», dice la científica.
La meta de la colaboración es alcanzar desarrollos más efectivos con miras a las próximas misiones espaciales, entre ellas la nave tripulada que espera llegar a Marte el año 2033.
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Si bien el aditivo no representa más del 5% del combustible, sí puede hacer la diferencia. Uno de los desafíos del viaje a Marte es reducir el tiempo de viaje para reducir al mínimo los efectos de la gravedad cero en astronautas: pérdida de material óseo y muscular.
Dependiendo de la zona donde esté la Tierra y Marte, la distancia entre ambos planetas varía entre los 57 y 225 millones de kilómetros. Y si bien trazar una línea recta desde el punto más cercano tardaría, en teoría, 39 días, lo cierto es que la nave viaja en circunferencia según el movimiento de ambos planetas, por lo que el viaje completo no sería menor a 3 meses y medio.
Ese es el tiempo que Estados Unidos busca reducir con el nuevo súper combustible. Por ahora, dice Camarada, los «primeros diseños han tenido bastantes buenos resultados». En efecto, el equipo chileno ha logrado reducir la temperatura de descomposición del perclorato de sodio en al menos 90º celsius, resultado prometedor para los astronautas que se embarquen a Marte en 2033.