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El dramático caso de una madre y su hija que viven con el hombre que les desfiguró el rostro con ácido

A pesar de su condición ella duerme con el culpable de su desgracia. “En esos momentos lo odio”, dice Geeta, al recordar el día de la pelea.

Geeta y Neetu, madre e hija, viven a diario una de laspeores pesadillas que puede sufrir una mujer: convivir con el hombre que les borró el rostro con ácido. Son el claro reflejo de mujeres de la India, quienes sobreviven con miedo de recibir maltratos y golpes de su pareja. De soportar todo con tal de contar con un hombre que les brinde el sustento diario.

A diario Geeta se acerca a un espejo para ver su rostro. Abre los ojos y entonces ve que, debajo de su cabello, donde debería estar su cara, no hay nada. Solo un agujero negro. Su pareja, Mahor, es el culpable de su apariencia. Años atrás, él le lanzó una mezcla de limpiador de retretes y ácido sulfúrico, el líquido le devoró su rostro y también mató a otra de sus hijas: Krishna. Por suerte, Neetu sobrevivió al ataque.

A pesar de su condición ella duerme con el culpable de su desgracia. “En esos momentos lo odio”, dice Geeta, al recordar el día de la pelea y ver su cara cubierta de cicatrices, que inundan el 30% del resto de su cuerpo.

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A su lado, inseparable se encuentra también Neetu y tiene 28 años. El ácido que su padre le arrojó a su madre y otra hermana, también devoró su rostro: párpados, nariz, labios. Y se quedó ciega.

Neetu, a diferencia de su madre, no odia a su padre Mahor, al contrario, dice que, a pesar de todo, lo quiere. Mahor jamás pagó por su crimen. Apenas pasó unos meses en la cárcel. Pero su delito lo contempla día tras día desde los rostros deformados de su mujer y su hija.

Ambas mujeres sufren por la indiferencia y el desprecio de las personas. Las tratan como si fuesen unas leprosas. “Como si nosotras fuéramos las culpables y no las víctimas”, relata Geeta.

A veces, Geeta piensa en matar a su esposo, pero eso no mejoraría las cosas. Lo piensa al recordar que el día que le lanzó el ácido ella sintió como si le hubiesen arrancado la piel para luego revolcarla en brasas. En la India, una mujer necesita un marido. Aunque sea uno como el suyo.

Neetu y ella salieron del hospital 14 meses más tarde. Sus parientes le dijeron que Mahor había pasado unos días en la cárcel, pero que lo habían dejado libre a cambio de una pequeña cantidad de dinero y que había ido al hospital para pedir perdón.

En la India, muchos hombres golpean a sus esposas y Mahor no es la excepción, él también violaba a Geeta y le daba palizas. Primero con un palo, luego con la correa, después con una vara. A veces sacaba a Geeta de la casa por el cabello, para  que los vecinos pudieran verlo todo.

Luego de superar las secuelas de las quemaduras y salir del hospital, Geeta denunció nuevamente a su marido por las brutales golpizas y fue apresado por las autoridades. La presión de sus vecinos y familiares por calificarla como “un monstruo” por causar que su esposo estuviese en la cárcel, la llevaron a retirar la denuncia.

Al preguntarle hoy a Geeta cómo pudo retirar la denuncia, en sus ojos se percibe desamparo. “Entonces era una mujer distinta. Todos me presionaron. No tuve elección”.

Entre enero de 2002 y octubre de 2010, se reportaron 153 ataques en los medios impresos de India;​ sin embargo, la Acid Survivors Foundation India (ASFI) calcula que los casos reales deben oscilar en un rango de 100-1.000 al año. Los ácidos con los que se efectúan los ataques son muy económicos y fáciles de obtener, dado su uso extendido para esterilizar cocinas y baños.

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Por lo general, los ataques con ácido se asocian a formas de venganza por el rechazo a propuestas matrimoniales o sexuales.

Poco a poco Geeta y Neetu tratan de salir adelante. Trabajan en un café regentado por una ONG y junto a ocho víctimas del ácido. Solo dos de los hombres que las atacaron están en la cárcel. Cuando se le pregunta a Neetu qué opina de ellos, cierra sus pequeños puños y dice que “son animales”, sin un ápice de humanidad.

Geeta y Neetu llevan dinero a casa de forma regular y algunas cosas han cambiado. Ya Mahor no se atreve a golpearlas y pegarles. La última vez que lo intentó ambas mujeres lo enfrentaron y echaron del hogar a fuerza de golpes, ya él no se atreve a levantarles la mano. Pero de por vida, a ellas les quedarán en sus rostros las secuelas de la violencia e impunidad a la que se enfrentan todas las mujeres en la India y que son víctima de los abusos de sus esposos.

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