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“Quieren irse a cualquier precio”: la verdad detrás de las nigerianas que se dedican a la prostitución en Europa

En Ciudad de Benín, la capital nigeriana de salida de la inmigración irregular, la palabra «prostitución» no se dice nunca en voz alta, sino que las jóvenes que parten hacia Italia o Francia se van a «apañárselas» y no a hacer la calle.

Nigeria, un gigante de más de 190 millones de habitantes, posee el triste récord del número de migrantes africanos llegados en barco a las costas italianas. En 2016, eran 37.500, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

La inmensa mayoría procedían de Ciudad de Benín (estado de Edo, en el sur del país) y su número se ha disparado, según la OIM. Frente a las 433 nigerianas que llegaron en 2013 a Italia, en 2014 lo hicieron cerca de 5.000, cuando se registró un «aumento importante del número de menores, fácilmente manipulables».

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«La gran mayoría de ellas estaban destinadas a la explotación sexual», apunta la agencia de la ONU.

«¿Por qué Edo? ¿Por qué Ciudad de Benín? Le doy vueltas a esto. Me da dolor de cabeza», lamenta sor Bibiana. La religiosa trata de ayudar a las jóvenes que vuelven de Europa, repatriadas voluntariamente o expulsadas. «Pero están tentadas de irse de nuevo», suspira.

La sala de reunión de su pequeña asociación está presidida por el rostro de Jesús, sonriente, protector y luminoso. «En Europa, la gente es buena. Son como Jesús», justifica Miracle para explicar por qué se fue en 2012. «Rezo a Dios todos los días para que me encuentre un modo de volver a irme».

Miracle regresó de Italia hace dos años. La historia que cuenta a los periodistas es vaga. Según ella, solo se habría prostituido unas semanas antes de que una asociación se enterara del caso. Pero la monja conoce su historial y es tajante: Miracle se prostituyó de cabo a cabo.

Cárteles

Las mujeres, de orígenes pobres y con muy poca formación, no tienen modo de llegar a Italia. Pero en Ciudad de Benín, los «cárteles» del tráfico de seres humanos pululan y basta con encontrar una «madame» (una jefa) para organizar el viaje, conseguir documentación falsa y la promesa de un «empleo». Algunas creen que van a hacerse peluqueras, otras, que se prostituirán en grandes hoteles. Muchas ni siquiera hacen preguntas.

Cuando llegan a Europa, trabajan durante varios años en las calles de Palermo o de París, ganando entre 5 y 15 euros por sesión para pagar su deuda, de entre 20.000 y 50.000 euros.

Divinity, en cambio, acabó en Dubái. Su deuda «solo» era de 15.000 euros. Al irse, quería cumplir el sueño «de su vida»: «viajar al extranjero». Tenía 18 años.

«Me recorría los clubes nocturnos, estaba cansada. Y un día, sorprendí a mi ‘madame’ hablando por teléfono con el padre de una de las chicas», explica la joven.

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«Le decía que el juju (una ceremonia de magia negra a la que los traficantes someten a los migrantes antes de la salida) había dejado de funcionar y que la chica tenía que volver a Nigeria para regresar después a Dubái. Debía empezar todo de cero y pagar una nueva deuda».

Divinity comprendió que nunca escaparía de las redes de sus traficantes y decidió denunciarlos en la policía. Fue expulsada por las autoridades. Y vuelta a la casilla de salida.

En las calles de la ciudad, la pobreza se mezcla con las innumerables iglesias evangelistas y las oficinas de Western Union, donde las familias reciben el dinero enviado por sus hijas, que se fueron para «apañárselas» en el extranjero.

«Alcanzar la cima»

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Las mujeres que «fracasaron» a menudo terminan en las aceras de la ciudad y cuentan su infierno europeo: esperar en las carreteras rurales a decenas de clientes cada noche, las «prácticas sexuales de blancos» y noches enteras en las estaciones. Lo peor de todo: cruzar Libia.

Cada vez más mujeres de Ciudad de Benín conocen la otra cara de la historia, y los traficantes optan ahora por prometerles el sueño europeo a las adolescentes de los pueblos.

Éstas apenas tienen una leve idea de lo que es el mundo, pero están seguras de que estarán mejor en otra parte.

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«Todo el mundo quiere viajar, hacerse importante, todo el mundo quiere llegar a la cima», justifica la joven Patience.

«Es por lo que vale el dinero de allí. La moneda de aquí no vale lo mismo (con la tasa de cambio)», suspira.

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Con la recesión que sacude a Nigeria desde hace más de un año, que ha comportado el hundimiento de la divisa nacional (naira), 30 euros representan ahora una suma importante. Un salario mínimo que una puede enviar a sus familias y convertirse así en alguien que «ha tenido éxito y que los demás respetan».

«Quieren irse a cualquier precio y no están contentas cuando las oenegés quieren luchar contra el tráfico», afirma la profesora Edoja Okyokunu, socióloga de la universidad de Ciudad de Benín. «En general, nadie ve aquí dónde está el problema. Las mujeres no son víctimas de la trata de seres humanos. Ellas corren hacia eso. Son víctimas de la pobreza».

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