El reactor nuclear japonés de Monju dejó de operar en forma definitiva. La planta funcionó apenas 250 días en sus 22 años de existencia, pese a que el gobierno invirtió casi diez mil millones de dólares en la planta experimental que debía producir más plutonio del que consumía. Además, era enfriada por sodio en vez de agua. Era la gran apuesta para la producción de energía eléctrica en un país que carece de combustibles fósiles.
En 1995, un año después de su entrada en servicio, fui uno de los escasos periodistas que tuvo acceso a Monju. Allí los ingenieros me señalaron que la seguridad era de tal nivel que un accidente era virtualmente imposible. Los sistemas contaban con una amplia redundancia como los técnicos definen los respaldos de un sistema.
En concreto, los mecanismos clave estaban cuadruplicados. Así, si fallaba el sistema A podían pasar al B, luego al C y si aún había problemas, podían descansar en el D. Pese a todo, a los pocos meses de mi visita, el mismo año, Monju sufrió un incendio y la perforación de tuberías del sistema de enfriamiento. El sodio ardió al entrar en contacto con el aire. De cara a la investigación posterior, los responsables sustrajeron las filmaciones de las cámaras de circuito cerrado, además forzaron al personal a guardar silencio sobre la gravedad de lo ocurrido.
Sólo una década más tarde, en 2005, los tribunales autorizaron la reactivación de la central que en 2006 sufrió un nuevo incendio. Volvió a funcionar en 2008 por poco tiempo para volver a cerrar. Finalmente, el gobierno estimó que era más económico cerrar que seguir invirtiendo en el fallido reactor que en su momento fue considerado el orgullo de la industria nuclear nipona. En todo el caso el cierre y desmantelamiento costará otros tres mil millones de dólares y tomará 30 años. Monju habrá desaparecido por completo recién en 2047.
Yoshihide Suga, secretario jefe del gabinete, al anunciar el fin de Monju, el miércoles recién pasado, fue parco al señalar que el reactor “no dio los resultados esperados inicialmente”. En realidad es un revés de enormes proporciones, pues la planta era la primera de una nueva generación destinada a garantizar la autonomía energética de Japón, porque permitía utilizar residuos de uranio y plutonio de otras plantas, contribuyendo a resolver el problema del reprocesamiento.
En la actualidad, los residuos son despachados en buques a Gran Bretaña o Francia para ser reprocesados. Tokio construye una planta para ese propósito en Aomori, que debió terminarse en 1997, pero aún no tiene fecha de conclusión.
La industria núcleo-eléctrica japonesa ha estado plagada de accidentes y problemas. En el país existe un fuerte rechazo a la energía atómica y en la actualidad tras el desastre de Fukushima, causado por el terremoto y tsunami de 2011, funcionan sólo dos reactores nucleares de los 53 que dispone el país. El futuro de la energía nuclear es incierto, tanto por sus peligros como por los formidables avances de las fuentes renovables que resultan más económicas.
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